María es la Madre espiritual de los hombres en tanto que por su unión con Cristo Redentor nos ha comunicado la vida sobrenatural de la gracia por la que somos regenerados a la vida del espíritu.
María Santísima es Nuestra Madre: La Virgen es nuestra Madre, por voluntad expresa del Señor, pues Él nos la entregó, cuando estaba en la Cruz, con estas palabras: "Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre" (In. 19,26?27). Desde entonces Juan la tomó por madre y con él nosotros, los cristianos de todos los tiempos. Por eso tenemos una madre en la tierra y otra en el Cielo.
La maternidad espiritual de María es la relación más sublime de la Virgen con nosotros; por esa relación somos sus hijos y, por ella, nos sentimos protegidos y amparados.El Papa Juan Pablo II enseña esta verdad católica explicando cómo la Madre de Cristo, encontrándose al pie de la Cruz en el centro mismo del misterio pascual del Redentor, es entregada al hombre a cada uno y a todos como madre. Por consiguiente, esta nueva maternidad de María, engendrada por la fe es fruto del nuevo amor, que maduró en ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo (cfr. Enc. Redemptoris Mater n.23).
SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD ESPIRITUAL: María es la Madre espiritual de los hombres en tanto que por su unión con Cristo Redentor nos ha comunicado la vida sobrenatural de la gracia por la que somos regenerados a la vida del espíritu. Así, la llamamos Madre, por analogía con la vida natural, pues nos ha engendrado a la vida divina al ser Corredentora del género humano.
Se trata de una maternidad adoptiva, semejante a la paternidad adoptiva de Dios respecto de los justos. Maternidad espiritual mucho más íntima y fecunda que la adopción humana natural, ya que aquella produce en el alma, por la gracia santificante, una participación en la naturaleza divina que nos hace semejantes a Dios (cfr. Jn. 1,12s. y 2 Pe. 1,4). La maternidad espiritual de María participa de la fecunda paternidad espiritual de Dios, ya que María en unión con Cristo nos ha engendrado real y verdaderamente a la vida de la gracia, germen de la vida eterna; nos alimenta y cuida hasta que lleguemos al cielo.
María es la nueva Eva que cooperó voluntariamente a nuestra salvación, como Eva lo hizo para nuestra ruina. Santa María se convirtió en la Madre de todos los hombres al unirse al sacrificio de su Hijo por el mayor de los actos de fe, con fianza y amor a Dios y a las almas.
Escribe San Agustín: "María cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles miembros de aquella cabeza de la que es madre según el cuerpo" (De sancta virginitate, PL. 40,399).
La Sagrada Escritura: Lucas 1,38: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Al consentir libremente en ser la Madre del Salvador, autor de la gracia, en ese momento también nos concibió espiritualmente, ya que al ser la Madre de la Cabeza, que es Cristo, es Madre también de los fieles miembros del Cuerpo Místico.
Juan 19,26:27: "Mujer, he ahí a tu hijo... Hijo, he ahí a tu Madre". Estas palabras de Jesús, como las palabras sacramentales, produjeron en María lo que significaban, esto es, un gran aumento de caridad o de amor materno por nosotros, y en San Juan (que representaba al género humano) produjeron un amor filial profundo y lleno de respeto por la Madre de Dios, el cual, es origen de la gran devoción de los fieles a María.
El Magisterio de la Iglesia: Las enseñanzas de la Iglesia sobre este tema son abundantes. El Concilio Vaticano II recoge la doctrina precedente y profundiza en ella. Destacamos aquí los puntos más sobre salientes:
a) La razón de la maternidad espiritual es debida a la predestinación de María a ser Madre del Verbo encarnado y por su cooperación al restablecimiento de la vida de la gracia en los hombres.
b) Es Madre espiritual por sus virtudes, ya que así como Cristo llevó a cabo la Redención por sus virtudes - obediencia en la Encarnación, obediencia en su Sacrificio voluntario y meritorio -, así también María corredimió por su fe en la Encarnación, por su amor en la Cruz, por la entrega al sacrificio de su Hijo, y ejerce su maternidad espiritual poniendo en juego todas sus virtudes.
c) La naturaleza de esta maternidad es del tipo de gracia, en cuanto que consiste en una peculiar colaboración con su Hijo en orden a la regeneración de los hombres a la vida divina.
d) Las etapas de su maternidad, son tres: en la Encarnación, al pie de la Cruz y, en el cielo, desde su gloriosa Asunción a los cielos.
e) El ejercicio de su maternidad, que es doble: intercediendo por nosotros ante su Hijo y, presentándonos delante de Cristo (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, nn.60?62).
Por todas esas razones la Iglesia no ha dudado en invocarla de la siguiente manera: "Virgen Madre de Dios, Tú que estás continuamente en su presencia, hazme la gracia de hablarle a tu Hijo cosas buenas sobre mí" (Oración sobre las ofrendas, Misa de Santa María Medianera de todas las gracias, ref. a Jer. 18,20).
SU MATERNIDAD ABARCA TODOS LOS HOMBRES: La Santísima Virgen ejerce su función de Madre: velando por todos sus hijos para que nazcan, crezcan y perseveren en la caridad; intercediendo por todos y, distribuyendo a todos los hombres las gracias de su Hijo.
María es Madre de todo el género humano: María es Madre de todos los hombres, porque Ella nos ha dado al Salvador de todos y porque se unió a la oblación de su Hijo, que derramó su sangre para la remisión de los peca dos de todos los hombres.
"Por María, la misma Vida fue introducida en el mundo, de manera que al dar a luz al Viviente es Madre de los vivientes" (San Epifanio, Adv. haereses, 78).
María es Madre de cada hombre: Respecto de cada uno de los hombres en particular, Santa María ejerce su maternidad del siguiente modo:
§ Con relación a los infieles: es Madre porque está destina da a engendrarlos a la vida de la gracia, y obtiene para ellos las gracias actuales que los disponen a recibir la fe y la justificación.
§ En relación con los fieles que están en gracia habitual o santificante: es su Madre en sentido pleno, puesto que han recibido por su intercesión la gracia santificante y la caridad, y vela por ellos con tierna y maternal solicitud para que perseveren en ese estado y crezcan en caridad.
§ De los fieles que están en pecado mortal: es su Madre en tanto que vela por ellos, obteniéndoles las gracias necesarias para hacer actos de fe y de esperanza que los dispongan a la conversión. Respecto a los bienaventurados que en el cielo gozan de Dios: María es su Madre por excelencia, ya que los guió y condujo hasta su Hijo y no pueden ya perder la vida de la gracia gozando de la visión beatífica.
§ Finalmente, con relación a aquellos que han muerto en la impenitencia final: ya no es su Madre, pero lo fue en el tiempo de su vida mortal. Son ellos quienes la han rechazado cerrándose a la gracia que se les ofrecía.
Desde hace muchos siglos la Iglesia pone en boca de sus hijos esta oración:
"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra... A ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas... Después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”.
El Beato Josemaría Escrivá de Balaguer escribe: "¡Madre! llámala fuerte, fuerte. Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te sentirás reconfortado para la nueva lucha" (Camino, n.516).
Juan Gustavo Ruiz Ruiz
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