sábado, 16 de mayo de 2009

EXTRACTO DE LA CARTA DEL JEFE PIEL ROJA DE SEATTLE AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS. 1854


Jefe de los Caras Pálidas:

¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extravagante. Si nadie puede poseer la frescura del viento, ni el fulgor del agua ¿cómo es posible que ustedes se propongan comprarlos?

Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado, cada pino brillante que está naciendo, cada grano de arena en los ríos, los arroyos. Cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas en las tradiciones y mentalidad de mi pueblo. La savia circula por dentro de los árboles, llevando consigo la memoria de los Pieles Rojas. Las flores que aroman el aire, el venado, el caballo, el águila son nuestros hermanos. Los desfiladeros, los pastizales húmedos, el calor del cuerpo del caballo y nuestros cuerpos, forman un "todo único".

Por lo antes dicho, creo que el Jefe de los Caras Pálidas pide demasiado al querer comprar nuestras tierras. El Jefe de los Caras Pálidas dice que al venderle nuestras tierras, "él nos reservará un lugar donde podríamos vivir cómodamente, y que él, se convertiría en nuestro padre". Pero no podemos aceptar su oferta, porque para nosotros ésta tierra, es sagrada. El agua que circula por arroyos y ríos de nuestros territorios, no sólo es agua, sino también la sangre de nuestros ancestros.

Si les "vendiésemos" nuestra tierra, tendrían que tratarla como sagrada, y a los ríos con dulzura de hermano, y esto mismo tendrían que enseñarles a sus hijos. Pues cada reflejo en las aguas cristalinas de los lagos, habla de los sucesos pasados de nuestro pueblo. La voz del padre de mi padre, está en el murmullo de las aguas que corren. Estamos hermanados con los ríos que sacian nuestra sed, y conducen nuestras canoas alimentando a nuestros hijos.

Los Caras Pálidas tratan a la "tierra madre y al cielo" como si fueran simples cosas que se compran. Como si fueran cuentas de collares que intercambian por objetos. Su apetito acabará devorando todo lo que hay en la tierra, hasta convertirlas en desiertos. El modo de vida de los Pieles Rojas es diferente. Nuestros ojos se llenan de vergüenza cuando visitan las poblaciones de los Caras Pálidas. En ellas no hay tranquilidad, ahí no puede oírse el abrir de las hojas primaverales, ni el aleteo de los insectos, eso lo descubrimos porque somos "silvestres y salvajes", el ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos.

¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede escuchar el canto solitario del pájaro chotacabras? , ¿si no puede oír la algarabía de las ranas al borde de los estanques? Nosotros tenemos preferencia por los vientos suaves que susurran sobre los estanques, por los aromas de éste límpido viento, por la llovizna del medio día o por el ambiente que los pinos aromatizan.

Para los Pieles Rojas el aire es de un valor incalculable, ya que todos los seres compartimos el mismo aliento. Todos: los árboles y los hombres. Los Caras Pálidas no tienen idea del aire que respiran, son moribundos insensibles a lo pestilente. Si les vendiésemos nuestras tierras deben saber que el "aire" tiene un inmenso valor, deben comprender que el aire es parte de su espíritu con la vida que sostiene. El primer soplo de vida que recibieron nuestros abuelos vino de ese aliento.

Si les vendiéramos nuestras tierras tendrían que tratar a los animales como hermanos. Yo he visto miles de búfalos en descomposición en los campos. Los Caras Pálidas los matan con sus trenes y ahí los dejan tirados, no los matan para comerlos. No entiendo como los Caras Pálidas le conceden más valor a una "máquina humeante" que a un búfalo. Si todos los animales fueran exterminados el hombre también parecería entre una enorme soledad espiritual. El destino de los animales es el mismo que el de los hombres. Todo se armoniza.

Ustedes tienen que enseñar a sus hijos que el suelo que pisan contiene las cenizas de nuestros ancestros. Que la tierra se enriquece con las vidas de nuestros semejantes. La tierra debe ser respetada. Enseñen también a sus hijos lo que los nuestros ya saben: lo que la tierra padezca será padecido por sus hijos. "Cuando los hombres escupen al suelo, se escupen a ellos mismos".

Nosotros estamos seguros de esto: ¡la tierra no es del hombre, sino el hombre es de la tierra! Nosotros lo sabemos. "Todo se armoniza, como la sangre que emparienta a los hombres. Todo se armoniza". El hombre no teje el destino de la vida. El hombre es sólo una hebra de este tejido. Lo que le haga al tejido se lo hace a sí mismo.

Para nosotros es un misterio que ustedes estén aquí, pues aún no entendemos por qué exterminan a los búfalos ni por qué doman a los caballos, quienes por naturaleza son salvajes, ni por qué hieren los recónditos lugares de los bosques con sus alientos, ni por qué destruyen los paisajes con tantos "cables parlantes".

¿Qué ha sucedido con las plantas? Están destruidas.
¿Qué ha sucedido con el águila? Ha desaparecido
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