Guillermo Palmer permaneció cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam.
Al finalizar ese largo y penoso conflicto, Guillermo fue uno de los primeros prisioneros liberados. Con una alegría indescriptible, se dispuso a regresar a su casa en el estado de Pennsylvania.
Mientras viajaba, iba haciendo risueños y rosados planes. En su linda casa propia lo esperaba su bella y joven esposa. Él la había dejado de dieciocho años cuando lo habían llamado a las filas. Ahora ella tenía veintitrés, y estaba más bella que nunca. También lo esperaban, calculaba él, unos cien mil dólares, que eran sus salarios acumulados de cinco años como capitán del ejército.
Pero al llegar, sufrió la más cruel desilusión. ¡Su esposa había cobrado todos sus salarios, y se los había gastado! Había vendido su hermosa casa propia, y ahora otra familia la ocupaba. Para colmo de males, su mujer vivía con otro hombre, que lo había reemplazado como marido.
Todos los sueños de Guillermo Palmer se vinieron abajo de golpe. A pesar de todo, tomó las cosas como venían y puso al mal tiempo buena cara. Lo primero que hizo fue encaminarse al tribunal para solicitar el divorcio de su esposa. Fueron realmente conmovedoras sus palabras ante el juez. Declaró: «Yo soy el gran derrotado de esta guerra»
Muchos sucesos como éste ocurren en la vida diaria. Los sueños que forjamos, las ilusiones que nos hacemos, los planes optimistas y felices que trazamos con la esperanza de que todo saldrá bien y llegaremos a ser felices y dichosos, suelen desplomarse y desmenuzarse en un instante.
La vida es tan insegura, es tan incierto el destino de los mortales, hay tantas asechanzas ocultas en cada recodo del camino y tantas emboscadas de la mala suerte en cada día, que muchas veces tenemos que decir con tristeza: «Yo soy el gran derrotado de esta guerra que es la vida»
No obstante, con Cristo podemos ser vencedores, y más que vencedores. Esto no quiere decir que Cristo nos protege de todo mal. Lo que significa es que cuando vivimos con Cristo en nuestro corazón, la vida cambia totalmente de aspecto, y vencemos cualquier calamidad. Abramos, pues, el corazón, para que entre el gran Vencedor del destino y de la muerte.
Por: El Hermano Pablo
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