ECLESALIA.- He leído, y releído después varias veces, un artículo que llegó a mis manos hace un tiempo. Trata sobre la vida monástica en femenino y masculino. Creo que es la primera vez que leo algo sobre las monjas con tanto realismo, con crudo realismo. Me ha abierto los ojos, o tal vez, simplemente ha puesto palabras a lo que intuía hacía tiempo.
Hace casi cinco años que vine al monasterio de las Monjas Trinitarias de Suesa en el que vivo y comparto mi fe y mi vida, y en el que me preparo para profesar los votos solemnes (compromiso definitivo) y caminar según un estilo de vida propio, conjugando lo trinitario y lo monástico.
Había sentido una necesidad de “algo más”, y en esa búsqueda por dar un sentido más profundo a mi vida, me encontré cara a cara con ese Dios que me ardía en las entrañas mostrando un camino totalmente nuevo para mi. Desde mi llegada he descubierto, experimentado y aprendido tantas cosas que al mirar hacia atrás se me hace una etapa bien larga y rica. Dejando atrás muchas de las cosas que aparentemente pueden hacer a una persona feliz y satisfecha (nómina, coche, casa, independencia, trabajo…), me adentré en el “velado” mundo de la vida monástica femenina (o popularmente mal denominado “monjas de clausura”). Digo velado por ser un estilo de vida prácticamente desconocido, lleno de mitos, bulos y morbo que lo hacen a los ojos de la sociedad rechazable y sin sentido cabal. ¡Cuánto me cuesta ser carne de curiosos y de preguntas prefabricadas y absurdas que destilan tópicos, sin el menor interés por conocer en profundidad o cambiar de opinión!
En el artículo anteriormente referido, en el que se habla de cambios superficiales tras el Concilio Vaticano II, lenguajes obsoletos, liturgias moribundas o riesgo de esquizofrenia espiritual, se define a las monjas (y no a los monjes) como antisigno de la mujer moderna actual. Ésta es la definición más dolorosa e incisiva que he escuchado sobre nuestro estilo de vida, máxime cuando es un apelativo que nace de lo obsoleto de unos planteamientos pasados de moda, más que de la alternatividad a una forma de vida impregnada de individualismo, competitividad, prisa y ansiedad que se masca hoy día en nuestras calles.
Lo que yo he vivido en el monasterio hasta ahora está empapado de renovación, creatividad, autocrítica, relaciones horizontales, común unidad… de Evangelio, de Buena Nueva, más que de normas constitucionales o formas inamovibles.
Pero lo cierto es que nuestra identidad social, con lo que la gente de “a pie” nos define, no es por ser mujeres de oración, amantes del silencio, de la música, de la belleza, la celebración viva, la paz, la solidaridad, la justicia, la ecología, la sencillez, en definitiva de encarnación de las bienaventuranzas; no, nuestra identidad para la sociedad que nos observa es: la reja, el hábito, y el ”no salen para nada”. Sin estos elementos ya no somos monjas de verdad como nos dice la gente, esto es, monjas de clausura clausura. A sus ojos hemos perdido “autenticidad” (¡bendita pérdida!).
Supongo que se habrá llegado a este punto a lo largo del camino de la Historia. Una Historia marcada por una espiritualidad que hoy entiendo superada, pero que late aún en los claustros de algunos monasterios, la mayoría femeninos; una Historia que ideó los muros con rejas para las mujeres consagradas. Llegado a este momento me pregunto… ¿esas personas que nos contemplan desde esos planteamientos, se han preguntado alguna vez cuál es la esencia de nuestra vocación?, ¿acaso el monacato no es una corriente gestada en la libertad, en la oración silenciosa, en la belleza de la Celebración, en la sencillez del pan compartido, en la sinceridad de las relaciones que se expresan en la vida transformada en fiesta?, ¿no parece que la dimensión espiritual del ser humano está hambrienta de sinceridad y autenticidad y que los monasterios son lugares de búsqueda, lugares de encuentro?.
Creo que, aunque aparentemente estemos en un momento crítico, es momento de gracia. Yo me atrevo a augurar un tiempo de novedad y de despertar. Estamos en la primavera pascual. Tenemos un futuro lleno de promesas. Somos una alternativa válida y atractiva para gente sedienta de Dios. Somos presente que mira hacia el futuro.
María Urkiza Arana
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