lunes, 30 de marzo de 2009

LA TAZA DE TÉ


Un hombre calvo y demacrado se hallaba en su cama, la cara pálida, le habían trasplantado la médula ósea porque tenía leucemia.

La enfermera Hanne Dina se le acercó, lo saludó y le preguntó si quería sopa y él dijo que no, que solo quería dormir. Al rato Hanne le llevó la medicina y él se la tomó con disgusto y volvió a hundirse en la almohada.

Hanne fue a la cocina del hospital preparó para ella una taza de te, preparó una bandeja y colocó la tetera y dos tazas y se dirigió al cuarto del enfermo preguntándole:
-“¿Lo molesto si tomo el té aquí? Quisiera ver las noticias acá mientras tomo el té
-Claro que no me molesta - respondió.
Ella encendió el televisor mientras le decía:
-Traje una taza extra por si quiere té
-, me sirve media taza, por favor - respondió el enfermo.

Al día siguiente Hanne volvió con la bandeja y dos tazas y así lo hizo por una semana. A los pocos días se fue: se había restablecido lo suficiente para irse a terminar su convalecencia en su casa.

Cuatro meses más tarde Hanne estaba en un centro comercial cuando oyó una voz potente.
-“¡Hanne, que gusto de verla!”
La enfermera lo reconoció. Era el enfermo de la taza de té. Él la abrazó y presentándole a la esposa, dijo:
-Ésta es Hanne, la mujer que me salvó la vida con una taza de té

Reflexión: Pequeños gestos pueden mostrar grandes amores y grandes simpatías.

No tenemos idea de lo que Dios puede hacer con lo poco que tenemos a mano. Pueden ser dos panes y dos peces pero con el aderezo del corazón algo milagroso puede suceder. No menosprecies lo poco que tiene y extiéndelo hoy al que está cerca de ti.

Les aseguro que Dios no se olvidará de premiar al que dé un vaso de agua fresca a uno de mis seguidores, aunque se trate del menos importante”. Mateo 10:42

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