viernes, 20 de marzo de 2009

HABLAMOS DE TODO, PERO... NO DE LO ESENCIAL


Estamos llenos de opiniones, de palabras, pero no siempre llenos de La Palabra.

Hablamos de todo, pero no de lo esencial o más profundo de nuestras vidas. Es algo comprobable lo que nos cuesta hablar entre los seres humanos de las cosas verdaderamente profundas e importantes que hacen a nuestra vida. Estamos inundados de palabras, de ruidos, de opiniones, pero es mucho lo que cuesta que hablemos de cosas verdaderamente importantes o esenciales en nuestra vida.

Nos pasa también a los creyentes, que son muy pocas las oportunidades en las que por ejemplo, hablamos de Dios. Discutimos sobre muchas cosas: pastoral, organización, actitudes externas, métodos, etc., pero difícilmente nos reunimos para hablar de Dios en la vida de cada uno, y en todo caso cómo profundizar más nuestra relación con Él.

Nos quedamos con que son cosas muy íntimas y personales, como que no forman parte de la vida, sino más bien de algo muy oculto, tanto que hasta podemos separarlo: por un lado el Dios en quien creemos y por otro la vida concreta.

Pienso, y compartiendo también con muchas personas, que esto ocurre también en otros ámbitos. Es muy raro encontrarse con un padre o una madre de familia que te hablen del amor que tienen por sus hijos, o que compartan ciertas satisfacciones que les dan.

Lo mismo sucede muchas veces con los jóvenes, a quienes no es fácil escucharles compartir sus ideales profundos, una lectura que les haya hecho bien, de lo que verdaderamente es el motivo de su existencia. Sí en cambio somos capaces de compartir con lujo de detalles la última película que hemos visto, o el trabajo que estamos haciendo o lo que planeamos como salida en los próximos días.

Hasta nos pasa a los sacerdotes, que a veces en nuestras prédicas hablamos de muchas cosas que tienen que ver con lo organizativo, con las dificultades actuales, pero nos falta llegar a lo profundo de la relación de los hombres con Dios, de la vida eterna y a veces hasta de lo misericordioso que es Dios.

Estamos llenos de opiniones, de palabras, pero no siempre llenos de La Palabra. Nos cuesta cada vez más hablar de ciertos temas, como que una especie de pudor nos invade.

Por qué nos pasa esto. Quizás sean muchas las posibles respuestas, pero me parece que una de ellas es una especie de esclavitud que tenemos de eso que decimos el qué dirán.

Parece que si expresamos lo que sentimos profundamente, eso nos alejará de los demás, nos mirarán como alguien raro. Si nos preguntan: “¿sos católico?”, seguramente responderemos que Sí, pero a mi manera, pero no un santo, más o menos, y ni se nos ocurriría por ejemplo decir que rezamos, que en lo íntimo de nuestra vida le pedimos a Dios todos los días fuerzas. Todo muchas veces por ser iguales a los demás, o para que los demás no nos vean de determinada manera.

Y lo mismo nos pasa en otros aspectos: creemos en el amor, pero no tanto; en la fidelidad como algo importante, pero hasta ahí; en el trabajo, pero...

Hablemos también de las cosas más profundas e importantes, porque es cierto que lo que llevamos adentro, si no compartimos lo que tenemos en el corazón, en el alma, corremos el riesgo de que se nos queden vacíos.
Autor: Padre Oscar Pezzarini

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