viernes, 13 de marzo de 2009

DE CRÉDULOS, INCREYENTES... Y EL PLACER DEL COTILLEO


¿Será que el hombre, al haber perdido el rumbo, está ahora también perdiendo el cerebro?

Bien lo decía G.K. Chesterton: "Cuando el hombre deja de creer en Dios es capaz de creer cualquier cosa".

Y ya lo vemos en la gente que nos rodea… ha dejado de creer en Dios y ahora nos encontramos con personas a las que considerábamos cultas, inteligentes y estudiosas, que se tragan, literalmente, cuentos absurdos e inverosímiles... de chakras, mantras, energías acuáticas, cristales mágicos, cartas astrales y angelitos de nombres rimbombantes.

¿Será que el hombre, al haber perdido el rumbo, está ahora también perdiendo el cerebro?

Pero… hoy no quiero hablar de ese tipo de "crédulos", que abunda por doquier, sino de otro… que también se ha puesto de moda, muy de moda, no sólo entre los increyentes, sino también entre la gente de Iglesia.

Hace muchos años escuché una frase que ha marcado mi vida completa. Una frase que habla de qué creer y qué no creer de todo lo que se oye acerca de las personas. La frase dice así: "Cree todo lo bueno que oigas y sólo lo malo que veas. Y viéndolo busca una razón para justificarlo".

Somos muchos los que regimos nuestro "índice de credulidad" por esta máxima, con la cual quedan desterrados por completo los chismes, las dudas y las suspicacias. Ante todo el que se acerca a contarnos algo escandaloso, macabro y taquillero... la respuesta es siempre la misma: "Si lo que me vas decir es algo bueno de alguien, lo voy a creer sin chistar. Pero si me vas a contar algo malo de una persona olvídalo… ¡hasta no ver, no creer!".

Este criterio, por supuesto, resulta extraordinariamente desmotivador para las personas que gustan de la murmuración y la crítica, pues frustra, de inmediato, el dulcísimo y placentero sazón del cotilleo.

Sin embargo, hay algo que me ha llamado la atención en las últimas semanas y es lo que me ha impulsado a escribir.

Es el asombro que siento - verdadero asombro y desconcierto - al ver que muchas personas buenas, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, que sé que siempre han guiado su credulidad por el Cree todo lo bueno que oigas y sólo lo malo que veas, que ahora, por alguna razón que no llego a entender, se han creído, a pies juntillas, todo lo que se dice, todo lo que se rumora y todo lo que se publica, acerca de los "terribles pecados ocultos" de reconocidos gobernantes, empresarios, sacerdotes, obispos y Papas... vivos y difuntos.

Estos buenos católicos han decidido creerse todo, absolutamente todo (lo malo), sin haber sido testigos de estas supuestas malas acciones y sin tener, ni haber pedido siquiera, a quien se los contó, una sola prueba de las mismas.

Lo más terrible es que no sólo se han creído todo lo malo, sino que ellos mismos se han autonombrado jueces y han emitido juicios severísimos, despreciando y aplastando hasta el máximo la dignidad de estas personas, como si no fueran hijos de un mismo Padre rico en misericordia, ni miembros de la misma familia, que es la Iglesia. Me recuerdan un poco a aquél personaje del Evangelio que, recién habiéndole el rey perdonado una deuda de diez mil denarios, ahorcó y encarceló sin piedad al que le debía diez.

¿Qué pasó con estas buenas personas? ¿Habrán cambiado el criterio de “Cree todo lo bueno que oigas y sólo lo malo que veas” por otro más acorde con el pensamiento del mundo? ¿O será que han dejado de creer en Dios y ahora... se creen cualquier cosa?
Lucrecia Rego de Planas

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