Para la Iglesia la comprensión del sexo es y ha sido siempre muy positiva.
Lo entiende como algo maravilloso. Sí, maravilloso, porque Dios lo pensó como FUENTE DE AMOR Y DE VIDA. Dios inventó el sexo, podríamos decir, de Él procede y tiene ante él una enormemente importancia, ya que Dios es también Amor y Vida.
Por ello, el sexo no puede ser malo en absoluto. Si Dios quiso añadir a la unión corporal entre hombre y mujer un intenso placer físico no es para ponernos piedras de tropiezo, sino para encender y aumentar el amor de los esposos y, como fruto de ese amor, originar nuevas vidas.
El problema viene cuando se disocian voluntariamente esos dos componentes, el amor y la vida. Entonces el sexo se convierte en algo enormemente destructivo.
Ocurre algo parecido al fuego: el fuego es maravilloso, basta ver su centellear en mil tonos de amarillo y rojo en una chimenea mientras escuchamos el crepitar de los troncos. Pero si a continuación vemos ese fuego en los pisos, paredes y techo de la casa, ya no nos parecerá maravilloso. Se convertirá en algo terrible. Así sucede también con el sexo.
Integrado en el amor mutuo y definitivo de un hombre y una mujer que respetan el plan divino, es algo grandioso. Fuera de él, a pesar de su apariencia atractiva y fascinante, como el fuego en las paredes y techo de la casa (a Nerón le resultaba fascinante el incendio de Roma), la destrucción que puede ocasionar es terrible. Tanto, que acabe con la felicidad presente y posiblemente también con la futura felicidad matrimonial.
P. Ricardo Sada Fernández
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