Murillo fue un pintor maravilloso. Pasó hambre y pobreza cuando era un simple aprendiz. Pero cuando las gentes entendidas en el arte descubrieron las obras maestras de este genial artista, le empezó a llover encargos, de cuadros y pinturas y, fue cuando pudo salir de su pobreza y llevar una vida completamente desahogada.
Durante una temporada estuvo Murillo trabajando en unas preciosas pinturas para los padres capuchinos de Sevilla. Y para mejor atender su trabajo, vivió en, el mismo convento.
El padre superior de los capuchinos puso al servido de Murillo a un hermano lego, hombre sencillo, piadoso e ingenuo.
Un día Murillo advirtió en el hermano una inquietud y un nerviosismo no acostumbrado. ¿Qué le pasa? Estando el hermano sirviendo la comida a Murillo y en ocasión de estar solos los dos, pregúntole con dulzura al hermano:
-"¿Qué os pasa, hermano, que no me habláis? Si son penas, decídmelas. Yo soy vuestro amigo para participar en ellas. Si os falté en algo, decídmelo, para que pueda reconocer mi falta y pediros perdón"
El hermano lego, todo nervioso e intranquilo, y mirando en torno suyo con mucha inquietud, le dijo:
-"Señor Murillo, no habléis de faltas y perdones. Yo soy un miserable pecador, que no he sabido vencer la tentación"
-"Pero ¿qué os sucede?, ¿qué habéis hecho?" - dijo Murillo.
El hermano, acercándose a Murillo con mucho misterio, y en voz baja, le dijo:
-"Un deseo vano se ha apoderado de mi. Sabed que me mortifica el deseo de poseer una de esas vírgenes tan bellas y tan devotas que vos pintáis todos los días"
Murillo le consoló como pudo y disimuladamente el gran pintor se apoderó de la servilleta y se la guardó sin que lo advirtiera el hermano. Este, al recoger el servicio de la mesa, platos y cubiertos, no se dio cuenta de que faltaba la servilleta. ¿Para qué la quería Murillo?
Algunos días después el pintor entregó al hermano lego la servilleta toda sucia, y con sorna le dijo:
-"Hermano, cuide mejor el ajuar, que si los huéspedes se llevan la ropa, mal camino lleva la hacienda de los padres".
El hermano lego recogió la servilleta y al desplegarla vio pintada en ella a la Virgen María, una de las más bellas y hermosas creaciones que Murillo había pintado.
Explicación Doctrinal: Ser artista de la belleza es un don que Dios ha concedido al hombre. Y es que el artista ve la belleza y hermosura en todos los seres y en todas las cosas: ve belleza en el hombre y en la mujer, ve belleza en las aves, en las flores, en los árboles, en los ríos, en las montañas, en el mar. Esta belleza la siente hondamente en su alma y entonces la plasma en el lienzo y en la piedra. Por eso al contemplar un cuadro, una escultura, una catedral y vemos la maravillosa belleza reflejada en esas obras de arte, nos conmovemos, sentimos en nuestro espíritu los más puros y nobles placeres de la vida. Uno se siente transportado a otra región maravillosa.
El arte y la belleza nos elevan sobre la vulgaridad de las cosas monótonas de la vida. Grandes maestros y artistas de la pintura, de la escultura, de la arquitectura, de la orfebrería han pasado por la vida dejando un rastro de maravillosa belleza reflejada en sus obras, como Miguel Ángel, Velásquez, Rubens, Murillo, Ribera, Leonardo de Vinci y tantos otros maestros imposible de enumerar.
Museos magníficos tenemos en París, Londres, Madrid, Roma, el Vaticano y tantos otros. Todos ellos guardan verdaderos tesoros de arte.
Por eso hemos de aficionarnos al arte y a la belleza para que tengamos en la vida un gozo, un placer maravilloso que sólo el espíritu lo puede sentir. Amaré el arte para gozar de las bellezas que Dios ha derramado.
Por: Gabriel Marañon Baigorrí
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