sábado, 21 de febrero de 2009

EL SOMBRERO DE SEDA


La esposa de un diplomático tenía que asistir a una importante recepción en el Palacio del Eliseo y se lamentaba de no tener un sombrero adecuado a su nuevo vestido.

Acudió al mejor modisto de Paris y la atendió una de las dependientas, que le mostró los mejores sombreros del lujoso establecimiento. Pero ninguno encajaba con el gusto de la señora.

Desengañada, preguntó por el creador, artista de la boutique, quien, saliendo amablemente, se interesó por la calidad, el color y las características del vestido que la señora iba a lucir en la fiesta.

Debidamente informado por la dama, desplegó un gran trozo de amplia cinta de seda. Hizo un hermoso lazo y lo sujetó, adaptándolo a la cabeza de la señora, quien, muy satisfecha, exclamó:
§ Este es el sombrero que yo deseaba. Muy bien. ¿Cuánto le debo?”
§ Son tres mil francos, madame

La reacción de la señora, al parecerle el precio muy alto, fue inmediata:
§ Pero… ¿cómo? ¿Tres mil francos por un trozo de cinta?

El artista, imperturbable, deshizo el sombrero que había creado y, envolviendo delicadamente el tejido utilizado, con la mejor de sus sonrisas se le ofreció a la dama diciendo:
§ Madame, el trozo de cinta de seda es gratis

Reflexión: Esta anécdota nos puede hacer reflexionar sobre nuestra propia personalidad. Cada uno de nosotros, en su contextura, como persona física, cuerpo, ojos, manos, etc., es algo así como un trozo de cinta de seda.

Lo importante no es la tela, en la que todos somos más o menos iguales. Lo importante es la habilidad en convertir nuestra persona en una deseada prenda de vestir, en algo útil a los demás. Y ahí esta el arte particular de cada uno.

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