sábado, 7 de febrero de 2009

EL ARQUITECTO Y SUS OBREROS


A nadie le gusta que le exijan. Pero, ¿no será necesario algunas veces? Te voy a contar una historia.

El arquitecto había proyectado un edificio espléndido. Hacía semanas que cientos de hombres acarreaban los materiales. La mejor madera de los bosques, gigantescos bloques de granito duro como el diamante, lastras de mármol escarlata como el sol del crepúsculo o verde como el jade más brillante, enormes monolitos de piedra...

Naturalmente para un proyecto tal, el emperador había elegido al mejor arquitecto de todos. Nadie hacía los planos como él. Nadie conocía mejor que él el misterio de los ángulos, de las rectas, o el arte de distribuir pesos descomunales sobre pilastras y columnas.

Pero el arquitecto era tímido y no quería contradecir a nadie.
§ “¿Dónde colocamos el monolito?” - le preguntó un constructor.
§ “¿Dónde?... donde a ti te parezca bien - respondió el arquitecto que no quería quedar mal con nadie.
§ “¿Y las columnas...? - le dijo otro trabajador - ¿aquí están bien?”
§ ,, ¡por supuesto!” - contestó el arquitecto a pesar de escuchar cómo retemblaban los cimientos.
§ “¿Podemos poner el bloque de mármol encima del techo para que se vea bien?” - le preguntó un albañil que no sabía nada de edificios.
§ “¡Excelente idea!” - repuso el arquitecto sin hacer mucho caso de los gemidos que ya se oían en las vigas.
El edificio quedó terminado y los constructores se decían:
§ “¡Qué arquitecto tan simpático! ¡Qué amable! ¡Cuánto respeto tiene por nosotros!”
§ Es un gran hombre - dijo uno de ellos con solemnidad - nunca he encontrado un arquitecto que tenga tanto respeto por nuestras opiniones. ¡Así tendrían que ser todos nuestros jefes!”
Y mientras decían esto, el enorme templo se desmoronó y los sepultó a todos.

Reflexión: Antes de juzgar, no olvides la historia del arquitecto.
Miguel Segura

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