La Indulgencia puede ganarse una vez al día para uno mismo y para los difuntos, los que están en el Purgatorio.
Con el inicio del Año Paulino, la propuesta del Papa Benedicto XVI que va del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009 para conmemorar el bimilenario del nacimiento de San Pablo, ha comenzado también la gran oportunidad de obtener la Indulgencia Plenaria para el perdón de todos los pecados y para la remisión total de las culpas.
La Indulgencia es un signo del infinito amor misericordioso del Padre celestial, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, porque la verdad nos hace libres y porque no fuimos creados para la destrucción de la muerte sino para la plenitud de la vida, que se prolonga eternamente con la resurrección, ganada por los méritos de Cristo.
Según el decreto promulgado por la Penitenciaría Apostólica, para ganar la Indulgencia se debe visitar a lo largo del Año Paulino, con un sentido piadoso de peregrinaje, la Basílica de san Pablo extramuros, que se encuentra en la ciudad de Roma; pero también puede ganarse en todas las iglesias del mundo los días de la inauguración solemne y de la clausura del año Paulino, es decir, los días 28 y 29 de junio de 2008 y el 29 de junio de 2009.
La Indulgencia también puede ganarse en todas las iglesias dedicadas a San Pablo y en los lugares sagrados que designe el obispo de cada diócesis, como las catedrales, santuarios y vicarías.
Como sucede habitualmente para ganar la Indulgencia plenaria, es requisito estar excluido de todo afecto al pecado, practicar la confesión sacramental, la Comunión eucarística y orar por las intenciones del Romano Pontífice. Además se puede rezar el Credo e invocaciones piadosas a la Virgen María y a los apóstoles San Pedro y San Pablo.
La Indulgencia puede ganarse una vez al día para uno mismo y para los difuntos, los que están en el Purgatorio, pues por quienes han sido condenados y que por ende están en el infierno, ya nada puede hacerse.
El Purgatorio, más que en un lugar, consiste en un estado de purificación en el que se tiene la vivencia personal de todos y de cada uno de los dolores, penas, tristezas y angustias que uno mismo provocó a los demás durante su paso por la vida terrena, pues experimentar lo que se provocó a los otros ayuda a purificar, como lo expone el Catecismo de la Iglesia Católica cuando en su párrafo 1030 dice que «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque estén seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» y en el párrafo 1031 explica que «La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados». Por su parte, San Juan Crisóstomo afirma que «Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro, frase de la que podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el futuro».
El Purgatorio, que más que un castigo divino es la consecuencia de la Misericordia de Dios, puede quedar vacío si ganamos la Indulgencia Plenaria para nosotros y para los difuntos durante este Año de Gracia que ha proclamado el Papa, como un grande signo del amor del Padre Providente que hace una fiesta cuando regresa a casa el hijo que estaba perdido. Empeñémonos pues, para lo que tenemos un año por delante, en vaciar el Purgatorio en el nombre de Jesucristo Nuestro Señor.
Autor: Roberto O´Farril
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