miércoles, 21 de enero de 2009

SI NO CREES EN DIOS, TÚ TE LO PIERDES


Las creencias nacen en manantiales ocultos.

Preocupado y dedicado a otras cuestiones no pensaba escribir por una larga temporada para el periódico. Pero hay ocasiones y momentos en los que es imposible resistir a los mandatos de ese Algo que tenemos dentro y que nos cuchichea en los insomnios. Y todo, por ese embrollo que se ha organizado por los anuncios colocados en las espaldas y costados de los autobuses, donde se puede leer que Si Dios no existe, disfruta de la vida.

Si no crees, qué le vamos a hacer. No se trata de hacer creer a los que no creen. Ni que dejen de creer los que creen. Hay discusiones que no tienen sentido. Las ideas y los pensamientos se pueden cambiar con facilidad, pero las creencias, cuando son firmes, son rocas inamovibles que, ni siquiera los grandes terremotos pueden menear. Las creencias están en unas zonas del intelecto difíciles de alcanzar y de explorar. Las creencias nacen en manantiales ocultos, se desarrollan con elementos incomprensibles y se establecen, como reinados inamovibles, en los más distantes escondrijos de la conciencia. Dios se aloja en lo más profundo y escondido de la mente, en las oscuras e inexplicables tinieblas de las creencias.

Durante mucho tiempo, a veces toda la vida, permanece ignorado, acurrucado, pero presente. Pero un día, un afortunado día, un temblor interior, hasta entonces desconocido, sacude las superficiales capas de la conciencia, y los ojos internos ven a través de la espesa bruma una luz que por primera vez y para siempre ilumina los complicados vericuetos de la vida. Es el Dios que no se palpa con las manos, que se siente, que te dirige y te orienta. Que te modifica, que te hace ver la vida de otro modo. Nadie es el mismo con o sin Dios.

Dios resuelve los grandes pensamientos sin respuestas. Pensamientos sobre el origen, el objeto y el fin de la vida. Le da sentido al sin sentido de la vida. Sobre todo, le da sentido al sufrimiento y a la muerte, el gran sinsentido de todos los sinsentidos. Ese Dios que todo tenemos, creyentes y no creyentes, pero sólo lo sienten los que han alcanzado la fortuna de ver lo que no se ve, oír lo que no se oye y tocar lo que no se toca. Ese Dios que, compartiendo guarida con las pasiones y los instintos más escondidos, sale a borbotones desde el inconsciente más profundo. Y sólo algunos, en determinados momentos, en situaciones privilegiadas de la vida, en instantes reservados más para los sencillos, los débiles y los afligidos, sienten los ardores de su lava subir hasta la misma conciencia.

Si no crees en Dios, qué le vamos a hacer, tú te lo pierdes. No nos vamos a pelearnos por ello. Pero no digan que si Dios no existe puedes disfrutar de la vida. Supongo que entienden que disfrutar de la vida es ser feliz. ¿Y qué es la felicidad? ¿Consumir y libertad para todo? La felicidad total no existe en este mundo, sólo hay momentos de felicidad. La felicidad no está en tener muchas cosas. La libertad choca con las libertades. La felicidad está en las cosas más sencillas, las que menos valen. Y la auténtica libertad no está en la voluntad dirigida hacia fuera, hacia o contra los demás, sino en la voluntad gobernada hacia dentro. La verdadera libertad es hacer lo que se debe y no lo que se quiere. Dios no impide disfrutar de la vida. Si fuera así, entonces, con seguridad, no existiría.

Dios le da sentido a la vida, quiere que la vida sea ocasión de disfrute. Da sentido a cada una de las facetas de la vida. Busca la salud del cuerpo y la sanación del alma. El respeto a la vida, el derecho a vivir. Prohíbe robar y matar. Quiere el amor entre todos los humanos. Un amor de sentimientos, no un amor de sentidos. No quiere un simple cumplimiento biológico. Quiere un encuentro de sentimientos. Quiere algo que dure y no que se escape en las heladas aguas de la indiferencia. Quizá, el error, el gran error está en lo que se entiende por felicidad. La felicidad está en lo más simple y natural. Aun en los momentos de mayor dificultad, el canto de un pájaro, la sonrisa de un niño, el atardecer enrojecido o la pálida madrugada, pueden hacer disfrutar a un corazón sencillo.

Hay momentos en la vida, entre otros, aquellos en los que se sufre una grave enfermedad, en los que no se desea la felicidad porque ya es un ambición desmedida y porque ya es una meta secundaria. Entonces, se busca desesperadamente algo, algo cercano a que aferrarse, algo que alivie, que devuelva, como el mejor de los favores y único objetivo, algo tan sencillo y tan complicado como la salud, y si esto no es posible, simplemente un asidero de esperanza. La esperanza de que la vida no queda interrumpida, un no querer morir del todo. En esos momentos, en esos difíciles momentos se escarba en las interioridades en busca de ese Algo. Y, si se encuentra, hasta es posible que disfrute, no sólo con la vida en dificultad, sino que es posible que también disfrute de la muerte misma. Parece imposible, pero es cierto.

Si no crees en Dios, tú te lo pierdes. Dios no está para fastidiar la vida. Dios quiere que en el variado paisaje de la vida disfrutes de sus maravillosas cimas y además te regala un magnífico bastón para que puedas atravesar sus difíciles barrancos, que de todo hay en la vida.
Si no crees en Dios, tú te lo pierdes.
Autor: Enrique González

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