En la plaza principal de una gran ciudad, un ateo decía cierto día, un discurso en el que blasfemaba groseramente el nombre de Dios.
Por fin, exclamó, como, con soberbia y en tono autoritario:
- “¡Doy cinco minutos a Dios para que me mate, si es que dice la verdad!”
- “¡Doy cinco minutos a Dios para que me mate, si es que dice la verdad!”
Durante cinco minutos permaneció callado y su auditorio también. Después, el orador exclamó triunfante:
- “¡Vieron! ¿No les dije yo que no hay Dios de ningún tipo? ... ¡Si Dios existiese Él me hubiera escuchado y yo estaría muerto ahora!”
- “¡Vieron! ¿No les dije yo que no hay Dios de ningún tipo? ... ¡Si Dios existiese Él me hubiera escuchado y yo estaría muerto ahora!”
Una señora de edad avanzada le preguntó:
- “¿Usted tiene hijos?”
- “Tengo - respondió el hombre - pero no veo la relación que eso pueda tener con el asunto del que nos estamos ocupando”
- “¡Tiene y mucha! - continuó la señora - Si uno de sus hijos le diese una daga y, le dijese: ‘¡Padre, mátame con esta daga!, ¿usted lo mataría?’”
- “Ciertamente que no” - replicó el hombre.
- “¿Por qué?” - continuó la sabia señora.
- “¡Porque los amo!” - afirmó el hombre.
- “¡Ah! ..., ahí está la razón por la que Dios no lo mató. ¡Él también lo ama, a pesar de su maldad!”
- “¿Usted tiene hijos?”
- “Tengo - respondió el hombre - pero no veo la relación que eso pueda tener con el asunto del que nos estamos ocupando”
- “¡Tiene y mucha! - continuó la señora - Si uno de sus hijos le diese una daga y, le dijese: ‘¡Padre, mátame con esta daga!, ¿usted lo mataría?’”
- “Ciertamente que no” - replicó el hombre.
- “¿Por qué?” - continuó la sabia señora.
- “¡Porque los amo!” - afirmó el hombre.
- “¡Ah! ..., ahí está la razón por la que Dios no lo mató. ¡Él también lo ama, a pesar de su maldad!”
Y la señora con la mirada erguida al Cielo, dijo:
- “¡No te mató, porque te Ama!”
- “¡No te mató, porque te Ama!”
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