Cuando dos novios suben al altar para comprometerse como esposos para toda la vida, no se les ocurre pensar sino que serán muy felices toda ella; pero los de las bancas de atrás suelen pensar de diferente manera.
Hay algunos que piensan:
§ “Ojala no les vaya tan mal como nos ha ido a nosotros”; alguien piensa, “que les vaya mejor”; los más optimistas, “a ver si les va tan bien como a nosotros”; y no faltan quienes miran a los recién casados como candidatos a una próxima e irremediable separación; dicen y piensan: “sí, hoy muy contentos y felices, pero ya veremos mañana qué es lo que sucede”
Yo también quiero opinar y decir algo a esos novios, y es esto: Ustedes serán tan felices en el matrimonio como se decidan a serlo, en concreto, serán felices en la misma medida que sean fieles a Dios.
¿Por qué? Porque Él es el autor, el inventor del matrimonio, de ahí que se deben seguir los planes y las leyes de Dios con respecto al matrimonio.
Pero muchas veces no es así: Dios creó el matrimonio, los hombres... el divorcio. Dios dijo: “Creced y multiplicaos, y llenad la tierra”, y el hombre inventó los medios para evitar los hijos a bajo precio.
Yo no creo en la felicidad de algunos matrimonios que siguen sus propias leyes, y no las sabias y bien pensadas leyes de Dios sobre el matrimonio; porque Dios no es torpe, no es egoísta, no improvisa. Dios hace las cosas bien. Por eso nos cuenta la Biblia que después de bendecir a los dos primeros esposos, Adán y Eva, Dios vio que era muy bueno. Fidelidad, por tanto a Dios, porque Él es el autor de nuestra felicidad, y nadie más.
Yo no creo en la felicidad de los que están alejados voluntariamente de Dios, tampoco lo creen ellos mismos.
Después de ser fieles a Dios, deben ser fieles el uno al otro. Está fidelidad no es fácil, fallan tantos; parece que hay que ser hombres y mujeres de una clase superior. Por eso preguntaría a los dos novios antes de comprometerse definitivamente: ¿Pueden ser fieles durante toda la vida? ¿No pueden? ¿Dudan? ¿No saben? Entonces, antes de embarcarse, ¡piénsenlo dos veces!
Está fidelidad es fruto de un gran y auténtico amor que no se encuentra tan fácilmente. Aquella clase de amor que no busca sus intereses, que no se irrita, que no piensa mal, que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
¿Soy feliz haciendo feliz a la otra parte? Esta es la fórmula mágica de la felicidad en el matrimonio y fuera de él; esta clase de amor es más fuerte que la muerte, esta felicidad hay que pedirla diariamente al autor del matrimonio. Los esposos que quieran ser fieles a Dios y entre sí, deben demostrar que ser felices en el matrimonio es una hermosa realidad.
El matrimonio más feliz es aquel en que cada uno de los esposos se esfuerza al máximo por hacer feliz a su pareja. ¡Inténtalo, incrédulo! Jesús en Ti Confío.
Autor: P. Mariano de Blas, LC
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