miércoles, 14 de enero de 2009

EL ESPÍRITU REIVINDICATIVO


La felicidad no es un derecho, es un don y es un deber, con todo lo que esta palabra indica.

Nuestra época vive bajo el signo de la reivindicación, y no solo en el plano económico y social. Descontento de los asalariados, de la clase media, y así en todos los niveles de la actividad humana. El fenómeno no es nuevo. Lo inaudito no es su universalidad, sino la forma ideológica y sistemática bajo la cual se presenta.

Reivindicar significa reclamar en lo que se considera como algo debido. Esta es una de las claves de la neurosis reivindicativa. Todos los insatisfechos tienen en la boca la palabra justicia. Es una constante experimental que la hipertrofia de la noción de derecho, la continua invocación a la justicia distributiva, proceden, según los casos, de un estado patológico de la economía o de la sociedad, o bien sencilla y simplemente del individuo. Los sanos no recurren a la medicina.

Hay una carencia exterior, si se trata de bienes materiales, y una carencia interior si se trata de los dones del cuerpo y del alma. Existen extrañas afinidades entre el espíritu reivindicativo y la mala constitución psicofisiológica con los sentimientos de interioridad que lleva consigo. Después de Nietzche y Max Scheller se sabe que tales sentimientos sobresalen en el arte de camuflarse en ideales para escapar de la humillante confesión de la conciencia desgraciada.

Los móviles más bajos (la pereza, la envidia, la sed de gozar o llegar sin esfuerzo, sin responsabilidad y sin riesgo) se ocultan así bajo la máscara de la voluntad de justicia. En otras palabras, el incapaz pide a la justicia lo que la naturaleza le niega.

El derecho no crea necesariamente el hecho. Sucedió en la última guerra mundial que los cupones de alimentación no eran aceptados por falta de mercancía de los almacenes. De la misma manera, la subida nominal de los salarios es ilusoria si no va acompañada de un aumento de productividad. De ahí el resultado contrario al fin que se busca y el alejamiento de un derecho que se proclama sin referencia a lo real o posible, lo cual crea una corriente que aviva el sentimiento de frustración y que impide al hombre de hoy vivir en la paz del espíritu. A veces se responde a estas reivindicaciones con el ilusionismo, multiplicando los sustitutos de la realidad con promesas y sobre todo, en detrimento del auténtico poseedor.

Todo para todos en la medida en que todo se reduce a nada. El cheque sin fondos es un símbolo universal. ¿No es el erotismo un cheque sin fondos del amor ausente y desfalleciente? La proliferación de profesionales o de diplomas sin relación con el empleo, ¿no es la consecuencia directa de un derecho a la cultura mal orientado, una falsa raya trazada sobre el porvenir?

La palabra «sin fondos» designa a todos los niveles la ausencia de esas reservas profundas, hechas de esfuerzos, de paciencia y de sacrificios que unen los signos a las realidades y garantizan el futuro por el presente y por el pasado. Hoy se habla del derecho al desarrollo. El término está tomado de la botánica. La expansión de una flor no se da sin provisión; se prepara por el lento y oscuro trabajo de las raíces y de la savia, por la larga espera de la primavera y el invierno; ¿Qué puede representar un derecho que reposa en la negación de las condiciones de la vida y de la felicidad? La felicidad no es un derecho, es un don y es un deber, con todo lo que esta palabra indica de renuncia a los apetitos interiores y de victoria sobre sí mismo. Si no se condena a aquel que se le debe todo, a no ser nunca pagado más que con moneda falsa...
Autor: Monseñor Antonio González

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