domingo, 11 de enero de 2009

CHOQUE DE GALAXIAS


La Vía Láctea, galaxia en la que reside el planeta Tierra, tiene una galaxia hermana que se llama Andrómeda y con la que va a chocar en un momento dado para fusionarse en una sola gran galaxia. En un momento dado, pero no de inmediato: aunque se dirigen la una al encuentro de la otra, inexorablemente, distan tres millones de años luz.

Los científicos están preocupados porque han llegado a la conclusión de que la colisión se producirá antes de lo previsto: dentro de unos 7.000 millones de años.

En esa cronología macro, la vida humana representa, en proporción, mucho menos de una nanomilésima de segundo de duración. Hace apenas unos millones de años que existe la vida en el planeta; la aparición de algo similar a un ser humano - el hombre, como se decía antes del women's lib - data de unos cientos de miles de años, y el progreso del homo erectus al homo habilis, homo faber, homo sapiens y homo sapiens-sapiens, ya primo hermano nuestro, que apenas tiene 10.000 o 15.000 años, ha sido prodigiosamente lento.

Y lo que llamamos historia, o la capacidad de dejar testimonio escrito de lo sucedido, no se remonta a más de 12.000 años. Con anterioridad sólo hablaban las piedras, los relieves pintados en la roca - Altamira, Lascaux - o los restos fosilizados o hipercongelados de algún animal prehistórico.

La fusión entre galaxias no ha de inquietar, sin embargo, al género humano por fuertes aunque desalentadoras razones. Las dos galaxias se convertirán en una sola sin que choquen unas estrellas contra otras porque hay espacio suficiente entre ellas para que no se produzca una colisión directa. Si el astro rey tuviera, por ejemplo, un diámetro de un centímetro, la estrella más próxima distaría 300 kilómetros. Pero semejante noticia tampoco puede tranquilizarnos porque para entonces el Sol será una estrella tan vetusta que hará mucho que habrá dejado de acunar la vida en el planeta.

No en vano si hay un principio rector, el nous o lo que sea, de la vida en el universo, habrá de mirar con escepticismo la irrelevancia de nuestras preocupaciones.

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