jueves, 11 de diciembre de 2008

LA FE LLEGA AL BOLSILLO


Un cierto pudor nos impide, a veces, referirnos públicamente a todo lo que tenga que ver con el dinero. El dinero está muy bien visto, es un bien apetecido y apetecible, pero, en sociedad, no resulta de buena educación hablar sobre él. Mucho menos en la Iglesia. La palabra Iglesiase asocia, en el mapa semántico de la mente de muchos católicos, con otras palabras: pobreza”, “gratuidad”, “limosna, etc. Con menor frecuencia se vincula ese término a los conceptos de corresponsabilidad”, “sostenimiento”, “contribución.

Una herencia de siglos ha identificado el sostenimiento económico de la Iglesia con las limosnitas; es decir, con un dinerito que se da en las colectas hechas con fines religiosos. La pertenencia a la Iglesia no ha resultado, en general, gravosa para los fieles. Si acaso, pagar el estipendio de una Misa (para ayudar a que el sacerdote que la celebra llegue a fin de mes); ocasionalmente, entregar lo estipulado como arancel por la celebración de un funeral o de una boda y, los domingos, librarse de la calderilla, de las monedas de escaso valor, cuando pasan el cestito.

Si todo lo que vale se pudiese medir con criterios económicos, habría que deducir que la fe, y la pertenencia a la Iglesia, vale para la mayoría muy poco. Menos que la compra diaria del periódico. Menos que los gastos mensuales de peluquería. Mucho menos, sin duda, que el teléfono - el fijo y el móvil - , que la electricidad, que el butano, que las clases de inglés o que los gastos de ocio (bares, tabaco, cine, restaurantes, etc.). Al final, la Iglesia está ahí, abre sus puertas y atiende, cuando queremos y si queremos, nuestras demandas.

Esta mentalidad difusa - que no es la de todos los católicos, pues lo hay muy generosos - , es una mentalidad que no se ajusta a la realidad. La Iglesia da gratis lo que ha recibido gratis - la predicación de la Palabra, la administración de los sacramentos, la atención pastoral - . Pero a la Iglesia no todo le sale gratis. Sin ir más lejos, las personas que trabajan con dedicación exclusiva a su servicio - los sacerdotes, principal aunque no exclusivamente - comen, se visten, cargan de gasolina los depósitos de sus coches y se ven obligados como todo mortal a hacer frente a sus gastos cotidianos. A fin de mes, a las parroquias y a los obispados les cobran la luz y el teléfono, el agua y los servicios de limpieza e incluso los sellos de correos. Y San Pablo, con base en las palabras de Jesús, decía aquello de que el obrero merece su salario.

Hoy, después de hablar sobre la Iglesia Diocesana, me he llevado dos sorpresas. La primera, protagonizada por un hombre joven que quería saber a qué hora podía dirigirse a la secretaría de la Parroquia para pagar el diezmo - es la expresión que él usó - . No era español. La segunda, una señora algo mayor que había llegado a la conclusión de que debía contribuir al sostenimiento de la Iglesia con un euro al día. Al darle las gracias, ella me contestó, muy convencida: Lo hago por Dios. De Él recibo infinitamente más”.

Sí. Al final, esto, como otras cosas, es cuestión de fe. De una fe que abarca a toda la persona. También, y no en último lugar, de una fe que llega al bolsillo. Lo que no cuesta no se aprecia.
Guillermo Juan Morado

Nota: En lo referente a nuestro servicio de Sanación, sólo las personas que pueden colaborar con los pasajes, aportan una cantidad mínima y de acuerdo a sus posibilidades. Los que no pueden colaborar, igualmente son visitados por nuestro grupo sin ningún gasto; en este caso los gastos – mayormente de transporte – son subvencionados por la misma gente del grupo. Los que nos visitan los días viernes para compartir nuestras oraciones por los enfermos, sólo depositan lo que voluntariamente desean. Hasta la fecha, en 20 años, lo máximo que he visto depositar es $ 3 dólares (10 soles). Recuerdo con mucho cariño, que hace poco una niña depositó 1 céntimo de sol… como la viuda de la Palabra.

Pero nosotros también tenemos gastos, al igual que todos los grupos y, la verdad, nunca alcanza… Seamos un poco más caritativos, porque como dice el artículo anterior: Lo que no cuesta no se aprecia. Las personas piensan que, como los servicios de la Iglesia los reciben gratis, no deben ser de mucho valor.
José Miguel Pajares Clausen

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