jueves, 20 de diciembre de 2007

EL PINTOR Y SU MODELO


En una famosa ciudad de Italia había un gran pintor. Era todavía joven y todos lo admiraban por la belleza extraordinaria que daba a sus pinturas.

Un día recibió el encargo de pintar unos frescos en la catedral. Se trataba de un trabajo muy delicado. El pintor tenía que representar varios pasajes de la vida de Jesús: su infancia, su predicación, su muerte, etc.

Cuando la obra iba bastante avanzada tropezó con una gran dificultad: no encontraba modelo que representara al Niño Jesús. Y tampoco encontraba un hombre con rostro repulsivo que representara a Judas, el apóstol traidor.

Un día el pintor vio en la calle a un muchacho de unos doce años que jugaba en compañía de sus amigos. Era un muchacho menudo, pero de cuerpo bien proporcionado, tenía una cara sana, limpia, suavemente coloreada. Respiraba simpatía y gracia. Sus ojos eran azules y los cabellos rubios. El pintor llevó al muchacho a la catedral y durante horas y horas le sirvió de modelo del Niño Jesús. El muchacho estaba gozoso. Por fin, al cabo de los días, terminó la pintura que representaba al Niño Dios. Sólo le quedaba pendiente de pintar a Judas y no encontraba hombre alguno que le sirviera de modelo.

Pasaron años y el pintor se iba haciendo viejo y muchas personas temían que se muriera sin haber acabado su grandiosa obra de la catedral.

Estando un día el viejo pintor tomando una copa de vino en una taberna vio entrar a un hombre embriagado, con el paso vacilante y tartamudeando. Tenía una barba sucia, la nariz colorada. Su cara era repulsiva, deformada por el vicio y la embriaguez. Era un rostro que representaba la maldad. El pintor le contrató para que sirviera de modelo de Judas. El mendigo aceptó; así tenía ocasión de ganar dinero.
Todos los días iba aquel hombre a la catedral para representar a Judas. Un día el mendigo no pudo más. En plena catedral cayó de rodillas llorando. Sus lágrimas bañaban su rostro. Y dirigiéndose al Pintor le dijo:
§ «¿No os acordáis de mí? Soy el mismo que os serví de modelo de Jesús cuando yo era muchacho, y ahora sólo puedo servir de modelo a Judas". ¡Dios mío, Perdón¡ ¡No quiero ser Judas¡»
Y lloraba en silencio con gran pena y desconsuelo. El viejo pintor quedó triste e impresionado ante aquella dolorosa realidad de la influencia del vicio y de la embriaguez en aquel hombre.

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