El hombre está destinado por Dios a vivir en sociedad, y donde varios viven juntos es necesario que exista un orden; orden que supone que haya quien mande y quien obedezca. Al que manda se le llama autoridad: en la vida familiar, son los padres; en la vida civil los gobernantes; en la Iglesia, la jerarquía eclesiástica.
La autoridad es necesaria y sin ella no habría sociedad. Toda autoridad legítima viene de Dios, pues siendo Dios el Creador y Soberano Señor del universo, sólo a Él corresponde gobernar a los hombres.
Dios, sin embargo, no quiere hacer uso directamente de este derecho para mandar a los hombres en su vida diaria, por eso se sirve de ellos mismos: delega en algunos su autoridad y les confiere el poder de mandar a los demás.
Los primeros en los que Dios delega su autoridad son los padres, pero también se encuentran investidos de poder todos los que, en la vida civil o eclesiástica, son legítimos gobernantes.
Por eso nos dice con claridad San Pablo que toda persona está sujeta a las autoridades superiores, porque no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha establecido las que hay en el mundo. Por lo cual, quien desobedece a las autoridades, a la ordenación o voluntad de Dios desobedece (Rom. 13, 1-2).
Cabe aclarar que lo anterior no significa que tal o cual gobernante sea enviado o representante de Dios, sino que lo divino es la autoridad que ostenta, pues esa potestad que ejerce es de ley natural.
Fuente: Encuentra
.TESTIMONIO DE UN PADRE: SOBRE CIERTOS VALORES
Llega el padre a su casa y nota que la puerta del cuarto de su hijo estaba cerrada. Normalmente las puertas de la casa, excepto la de la calle, permanecen siempre abiertas, hasta antes de dormir. Pensando que algo le sucedía, toca con discreción y no recibe respuesta. Insiste… y tampoco recibe respuesta. Preocupado trata de entrar forzando la puerta… en ese momento se abre la puerta y sale el hijo con una chica; cuando la chica se despidió, el dialogo fue más o menos así:
§ ¿Qué sucede papá? ¿Por qué no respetas mi intimidad? Este es mi dormitorio, y yo hago en él lo que me da la gana – dijo el muchacho muy molesto.
§ Mira hijo, primeramente quiero que te enteres de algo que quizás no te hayas dado cuenta: la casa es mía, los muebles son míos, tu cuarto y todo lo que hay dentro de él es mío, tu cama, tu ropa, tus zapatos… y, por si no te has enterado todavía… hasta tú eres mío. Mientras todo esto sea mío, yo pongo las reglas. El día que seas mayor y tengas algo tuyo, podrás decidir tus reglas y que hacer con tu vida… por ahora no; lo siento mucho hijo, pero es mi obligación, que se conserven los valores morales en mi hogar… es algo que te tengo que dejar – respondió el papá.
§ Pero papá, en las películas, los chicas y chicas se reúnen en sus cuartos, eso lo veo a cada momento, además, tú nunca me hablaste que esto no se debería hacer – argumentó el chico.
§ Tienes toda la razón hijo, fue algo que se me pasó… es que… creces tan rápido. Te prometo que desde ahora conversaremos sobre todo lo que tú desees… tú sabes que te quiero mucho – finalizó el padre.
José Miguel Pajares Clausen
No hay comentarios:
Publicar un comentario