Sobre la ley de la
eutanasia que me preguntaba Lucía. Dejando claro que acepto totalmente la
doctrina de la Iglesia. Sí que me parece que, ante ciertos casos (casos sobre
todo de sufrimiento físico), solo se puede uno mantener en la vida por la fe
cristiana.
Soy muy consciente de que la ley
moral de la Iglesia se basa en la ley natural. Pero determinadas opciones son
comprensibles. Ojo, no digo que sean lícitas, pero
debo manifestar comprensión ante la debilidad de los seres humanos. Lo mismo
ante ciertas situaciones matrimoniales o ciertos pecados sexuales. Son
ilícitos, pero uno no puede menos que ser comprensivo con la persona.
Personalmente, considero que los
obispos hacen muy bien en clamar con voz potente la doctrina. Pero no creo que
mucha gente se acoja a la eutanasia. El deseo de vivir es muy grande en la
mayoría de los seres humanos.
Pero llevo años escuchando a
muchos cristianos clamar contra la eutanasia (y me parece correcto), pero no
veo que se recuerde con empeño que aferrarse a la vida a toda costa no siempre
es lo que indica la virtud de la prudencia.
Existe una equivocada idea en
muchos católicos de que hay que poner todos los
medios artificiales que existen, los que sean, para mantener con vida a una
persona demenciada, inmovilizada en una cama, con dolores y sufrimiento.
Lamentablemente, no tienen razón. En ciertas circunstancias, no vale la pena
luchar por mantener artificialmente a alguien con vida.
Nunca matar, pero tampoco es obligatorio mantener
con vida a toda costa de forma artificial.
Para algunos pacientes, no entender esto supone un
cierto ensañamiento. El enfermo (si puede) debería poder elegir hasta dónde
llegar en esa lucha.
No pocos católicos fervorosos se
mueven por ciertas máximas sencillas, sin comprender la complejidad de ciertos
casos. El caso de cierto niño inglés que tuvo una gran polémica fue un ejemplo
claro de esa movilización católica. Yo, personalmente, estaba de acuerdo con
los médicos de su hospital: ya no tenía sentido
seguir aplicando medios tan extraordinarios en ese caso concreto.
Cierto que, en un futuro más
lejano, quizá dentro de quince años, pudiera popularizarse la costumbre de que
cada anciano decida cuándo deja este mundo. Y que el sistema sanitario dé, en
unos casos, medicinas de vida; y, en otros, “medicinas”
de muerte.
Cierto que se va a
ir implantando una mentalidad en la que uno es señor de la vida y de la muerte. Veremos a jóvenes que deciden apearse de la vida con todos los
permisos de sus médicos. Y a ancianos de noventa años gastar fortunas para
arañar unos meses más a su atormentada vida. Sí, lo
que hacen los obispos al clamar lo veo muy bien. Pero esta sociedad va camino
de la adoración abierta de Moloc.
No se vea en mis líneas una
crítica a los obispos, ni la más mínima. Solo añado algunos matices que dentro
de la discusión suelen quedar más en segundo plano.
Bien es cierto que, en la mayor parte de los casos, el enfermo no está
conectado a ningún soporte vital: salvo oxígeno y
suero. Pero, en algunos pocos casos, la intervención médica sí que es
determinante. Esa intervención es lo que marca la diferencia entre la vida y la
muerte. Y para algunos lo más natural sería dejar
que venga la muerte, omitiendo todo auxilio salvo la alimentación por vía
nasal. En general, los médicos suelen tomar las decisiones acertadas (eso lo
veo), pero la interferencia de los familiares, a veces, no es pequeña. Y por
amor pueden llegar a ser crueles.
P. FORTEA
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