Desgraciadamente vemos, padecemos, sufrimos, que la
plegaria eucarística, casi siempre es la II, por ser la más breve tras una
larga y enojosa y vacía homilía. Se recita la plegaria a la carrera, con un
mínimo parón ritual para la consagración, pero corriendo en los demás textos
como si no tuvieran importancia, ni valor, ni sentido para los fieles. “Es
que se aburren”, decía uno que iba de pastoralista por la vida. Tal vez se
aburrirían menos si se les hubiera explicado la Plegaria en catequesis y se celebrase
ritualmente bien.
La Plegaria eucarística entera, no sólo el
momento santísimo de la consagración, merece todo honor y solemnidad en su
recitación, canto, inclinaciones, etc.
Para ello hace falta un
convencimiento profundo: “En este momento
comienza el centro y la cumbre de toda la celebración, esto es, la Plegaria
Eucarística, que ciertamente es una oración de acción de gracias y de
santificación” (IGMR 78). El centro y cumbre: no, no era la homilía pesada ni las moniciones; centro y cumbre es la Plegaria
eucarística. Repitamos una vez más, con palabras de Benedicto XVI:
“La Plegaria
eucarística es «el centro y la cumbre de toda la celebración». [145] Su importancia merece ser subrayada adecuadamente” (Exh.
Sacramentum caritatis, n. 48).
Con
ese convencimiento profundo, es fundamental pronunciar bien la Plegaria
eucarística, con respeto, claridad, devoción, sin prisas, a un ritmo solemne y
claro. A muchos
sacerdotes hay que exigirles que el tono cálido y claro de sus homilías, o de
cuando quieren dar interminables avisos, ese tono es el que deben emplear para
recitar orando la gran Plegaria eucarística, y no ejecutarla mal en un par de
minutos, como si fuera un estorbo para sí, para su creatividad personal frente
a los fieles, y hubiese que despacharla como in-significante, carente de valor
para los fieles y para el propio sacerdote. ¡Qué
desperdicio! En cierto sentido, sería casi un sacrilegio esa recitación
apresurada, irreverente, de la gran Plegaria eucarística.
En la Misa, los sacerdotes
-¡y Obispos, claro!- deben esforzarse por pronunciar bien, recitar orando, la Plegaria
eucarística:
“Como es obvio, para aprender a pronunciar bien, antes es
preciso haber entendido el texto en su dramatismo, en su presente. Así también
el Prefacio. Y la Plegaria eucarística. Para los fieles es difícil seguir un
texto tan largo como el de nuestra Plegaria eucarística. Por eso, se han
“inventado” siempre plegarias nuevas. Pero con Plegarias eucarísticas nuevas no
se responde al problema, dado que el problema es que vivimos un tiempo que
invita también a los demás al silencio con Dios y a orar con Dios. Por tanto,
las cosas sólo podrán mejorar si la Plegaria eucarística se pronuncia bien,
incluso con los debidos momentos de silencio, si se pronuncia con interioridad
pero también con el arte de hablar.
De ahí se sigue que el rezo de la Plegaria eucarística requiere un momento de atención particular para
pronunciarla de un modo que implique a los demás” (Benedicto XVI, Encuentro con
los sacerdotes de la diócesis de Albano, 31-agosto-2006).
La gran Plegaria, centro y corazón de la Misa, debe ser
proclamada, con voz alta y clara dicción, a la vez que con sentido espiritual y
oración: el sacerdote se está dirigiendo a Dios mismo con la Plegaria, no es
una monición para los fieles. Proclamar con espíritu orante, voz alta y clara,
pausas y silencio, reverencia y unción espiritual:
“Recuérdese que durante la plegaria eucarística no se
deben recitar oraciones o ejecutar cantos. Al proclamar la plegaria
eucarística, el sacerdote pronuncie claramente el texto, de manera que facilite
a los fieles la compresión y favorezca la formación de una verdadera asamblea,
compenetrada toda ella en la celebración del memorial del Señor” (Instr.
Inaestimabile donum, n. 6).
Juan Pablo II explicaba a los sacerdotes muy
especialmente el valor de esta Plegaria eucarística, dignamente recitada,
despacio y bien, como culto eucarístico y realización del sacrificio del altar:
“Debemos también recordar que estos cambios exige una
nueva conciencia y madurez espiritual, tanto por parte del celebrante –sobre
todo hoy, que celebra “de cara al pueblo”- como por parte de los fieles. El
culto eucarístico madura y crece cuando las palabras de la plegaria
eucarística, y especialmente, las de la consagración, son pronunciadas con gran
humildad y sencillez, de manera comprensible, correcta y digna, como
corresponde a su santidad; cuando este acto esencial de la liturgia eucarística
es realizado sin prisas; cuando nos compromete a un recogimiento tal y a una
devoción tal, que los participantes advierten la grandeza del misterio que se
realiza y lo manifiestan con su comportamiento” (Cta. Dominicae Cenae,
n. 9).
Ya se avisó, recién promulgadas las Plegarias
eucarísticas en el Ordo del Misal de Pablo VI, la necesidad de pronunciarlas
bien, orando:
“Al recitar las oraciones, y sobre todo la plegaria
eucarística, el sacerdote debe evitar, por una parte, un modo de leer árido y
carente de variedad, y, por otra, un modo excesivamente subjetivo y patético de
decir y de hacer” (Cta. Eucharistiae participationem, n. 17).
El
sacerdote orando, pronunciando bien la Plegaria eucarística, despacio,
saboreando, consciente de lo que dice a Dios, estando delante de Dios.
Si se hace cantando mejor aún. Hay partes
propias para que puedan ser cantadas y los domingos y solemnidades deberían entonarse: el Prefacio y el Sanctus, la aclamación memorial, el
Por Cristo con su Amén solemne. Pero
también hay otras partes musicalizadas para que el sacerdote -¡y el obispo!-
canten en días solemnes: palabras de la consagración, el memorial, etc., que se
encuentra musicalizado en apéndice del Misal e incluso en un CD para
aprendérselo bien de memoria. La gran Plegaria
eucarística no puede entrar en una cultura del descarte, marginándola. Hay que
hacer todo lo posible por solemnizarla, incluso con el canto.
¿Y los fieles?
Los
fieles oran interiorizando lo que escuchan al sacerdote pronunciar, porque es
la gran Oración de la Iglesia, que pertenece a todos pronunciada por los labios
del sacerdote. Pero no es una actitud pasiva, sino profundamente activa: es silencio de adoración ante lo que se realiza en el
altar. No son necesarias –están prohibidas- moniciones dentro de la Plegaria como tampoco cantos añadidos a la mostración del
Cuerpo y Sangre del Señor ni fondos musicales sentimentaloides. Es adorar en silencio uniéndose contemplativamente:
“La plegaria eucarística es el centro y el culmen de toda
la celebración, por eso es escuchada con reverencia y en silencio, sin fondos
musicales, debiendo el celebrante, por su parte, evitar cualquier
precipitación.
Los fieles toman parte en ella por medio de las aclamaciones previstas en el
mismo rito. Desde el punto de vista pastoral, es aconsejable alternar todas las
plegarias eucarísticas autorizadas, no recurriendo siempre a la plegaria
eucarística II por razones de brevedad” (Directorio litúrgico, “Las misas de
radio y televisión”, n. 30).
¿Eso no es ser mudos y pasivos espectadores? No.
Al revés. Es
participar interiormente uniéndose al rito eucarístico en su momento sublime, y
participar orando, adorando, en silencio contemplativo, porque participar no es
hacer cosas exteriores.
“La asamblea, sin embargo, no permanece pasiva e inerte;
se une al sacerdote con la fe y el silencio, y manifiesta su adhesión a través
de las diversas intervenciones previstas en el desarrollo de la plegaria
eucarística: las respuestas al diálogo del prefacio, el sanctus, la
aclamación después de la consagración y el “Amén” final, después del Per
ipsum, que también está reservado al sacerdote. Este “Amén” en particular
ha de resaltarse con el canto, dado que es el “Amén” más importante de toda la
misa” (Instr. Inaestimabile donum, n. 4)
La gran Plegaria eucarística es pronunciada solemnemente, con claridad; todos
los demás se unen en un silencio interior, místico podría decirse, sin que nada lo interrumpa, ni cantos ni órgano sonando como si éste
tuviera que rellenar o entretener:
“Solamente ella [la plegaria eucarística] debe resonar, mientras que la
asamblea, reunida para la celebración litúrgica, mantiene un silencio
religioso” (Cta. Eucharistiae participationem, n. 8).
El Misal es
sumamente claro: “La Plegaria Eucarística exige que
todos la escuchen con reverencia y con silencio” (IGMR 78).
Los fieles se unen a
la plegaria eucarística:
-con las respuestas y cantos
previstos: diálogo del prefacio, canto del Sanctus, aclamación y el gran “Amén” final;
-en silencio religioso;
-estando de pie y con
atención, y de rodillas para la consagración;
-ofreciéndose con Cristo al
Padre por manos del sacerdote.
Javier Sánchez
Martínez
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