lunes, 9 de julio de 2012

BIENES MATERIALES, BIENES ESPIRITUALES


No cabe la menos duda de que durante los años que Dios le conceda…, la vida del hombre sobre la tierra, es siempre una continua e inacabable disyuntiva. Es necesario estar continuamente eligiendo; esencialmente entre el bien y el mal, entre el amor y el odio, entre la luz y las tinieblas. La vida es una continua elección entre lo que nos pide nuestra carne y lo que demanda nuestra alma. San Pablo nos escribe diciéndonos: “Para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu. En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios”. (Rm 8,4-8).

            Y teniendo en cuenta lo ya dicho anteriormente, es de ver que el hombre se ve impelido por su carne a la obtención de bienes materiales y por su espíritu a la adquisición de viene materiales. Las características de una y otra clase de bienes, son diferentes y de ambos todos nosotros tenemos necesidad. El que ama apasionadamente a Dios, piensa: “Sería fantástico no tener necesidad alguna de bienes materiales, no necesitar comer, no necesitar dormir, no necesitar cobijarse de las inclemencias del tiempo, y no tener limitación alguna en satisfacer el deseo de entregarse plenamente al amor del Señor”. La postura opuesta es la del hombre hedonista, que piensa: “Sería fantástico, poder satisfacer todos los deseos que mi cuerpo me pide, sin remordimientos ni conciencia alguna que me inquiete y no morirme nunca, quedarse uno aquí eternamente, para siempre disfrutando con dinero inagotable de lo que esta vida ofrece”. Por supuesto que las dos posturas son en cada caso, una quimera, pero la primera goza de más visos de realidad que la segunda.

            En relación a la persona que ama apasionadamente al Señor, es de señalar que este apasionado amor está en parte errado y no puede existir, porque Dios son menosprecio alguno de los bienes espirituales, desea de todos nosotros, que utilicemos debidamente los bienes materiales, que este debido uso, que no nos permite el atesoramiento de los bienes materiales hasta llegar a idolatrarlos, convirtiéndolos en un Dios que no solo puede matar el alma del que los tiene, sino también del que sin tenerlos, lo desea. Por ello el Señor nos dijo: “Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. (Mc 10,24-25).

            Se ha querido, muchas veces, ponerle sordina, a estas palabras del Señor, para tranquilizar las conciencias de los ricos, pero no hay vuelta de hoja el amor a la materia, se posea o no se posea, nos envilece. Se ha dicho que el ojo de la aguja era una estrecha puerta en las murallas de Jerusalén y otras extrañas interpretaciones, pues bien sabemos que la hermenéutica y el papel, lo soportan todo. La realidad es que cuando el Señor quería poner énfasis, en algo de lo que decía, empleaba una hipérbole, como por ejemplo; la rueda de molino en el cuello, todos sabemos que el cuello de una persona no puede soportar una rueda de molino. Si aquí el Señor usó una de las varias hipérboles que utilizó es porque le dio una extraordinaria importancia al amor de los hombres a la materia, se posea o no se posea esta, porque tanto corroe al que la tiene como al que la desea tener.

            Por muy espiritualizada que se encuentre el alma de una persona, esta necesita de la materia, para vivir cubriendo sus necesidades de alimentación, abrigo, sueño y sobre todo el cuidado del cuerpo atendiendo a sus necesidades de curación de males y enfermedades. Dios quiere que sin convertirnos en unos hipocondriacos, cuidemos nuestros cuerpos y atendamos las necesidades materiales de este, sin excesos ostentosos, sino con la moderación de la que un buen amante del Señor, debe de hacer gala de ella en todo momento, pues esto es lo que el Señor desea de nosotros.

            Mientras estemos en este mundo, tenemos necesidades materiales y espirituales que cubrir. La tendencia a la que nos lanza nuestra concupiscencia, nos fuerza más a satisfacer las necesidades materiales que las espirituales. En diferentes grados, ambas son necesarias y tanto unas como otras necesidades, aumentan en su grado de demanda si las fomentamos. Si fomentamos la buena vida, distracciones, viajes, restoranes, hoteles, nunca nos encontraremos satisfechos y cada día querremos más, y este aumento aún será más fuerte, cuando se trate de dar satisfacción a los vicios del cuerpo, que dan origen a su vez, a dependencias, creadas no solo al margen de la Ley divina, sino algunas de ellas al margen de las mismas leyes humanas.

            En sentido opuesto la actividad espiritual, también fomenta el deseo de obtener bienes espirituales. Pero la gran diferencia entre la demanda de bienes materiales y espirituales, se encuentra en que mientras la adquisición de bienes materiales para su consumo tiene siempre un límite, o bien porque no haya suficiente dinero para la adquisición o bien porque habiéndolo el cuerpo del interesado no aguante más; en el caso de la adquisición de bienes espirituales, no existe límite alguno. Cualquiera de nosotros, potencialmente podemos dejar chico al más grande de los santos, amando al Señor, más de lo que este le amó.

            La santidad carece de límites. Solo es necesario conjugar varios factores: Primero, desearlo de corazón; Segundo estar dispuesto de dar lo que sea necesario dar, para lograr el fin; Perseverar sin desmayo. Este seguro cualquiera que si decide aceptar estas tres simple reglas, de su parte el Señor, pondrá todo lo que se necesario poner para alcanzar la meta. Amar, amar y amar, entregándose uno de todo corazón y todo lo demás se nos dará por añadidura.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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