martes, 31 de mayo de 2011

EL AGNOSTICISMO



Hoy está de moda en España presumir de agnóstico.

No lo entiendo. El agnóstico que no cree en Dios porque no sabe si Dios existe o no, es un fracasado como persona humana. Lo propio del hombre es interesarse por la verdad.

El hombre es un gran preguntón. Todo quiere saberlo. Todo quiere investigarlo. Es tremendamente curioso.

Todo hombre sensato se ha preguntado alguna vez:
¿Para qué estoy en esta vida?
¿Qué hay después de la muerte?
¿Tendré entonces que dar cuenta de mis obras en esta vida?
¿Existe Dios
?
El pensar todo esto es normal. Los que no se hacen estas preguntas son los animales.

El acto humano por excelencia es el pensar. Por eso el agnóstico, que no le interesa saber es un fracasado como persona humana.

El Concilio Vaticano I dijo que Dios puede ser conocido con certeza con la luz natural de la razón. Pero es necesario informarse correctamente sobre la Religión.
A nadie le convence lo que ignora. La única salida del agnóstico es estudiar la Religión en una obra seria y bien documentada.

Omitir esto es renunciar a ser persona que piensa. Y pensar bien es lo más importante para toda persona humana. Pero sobre todo, vivir prescindiendo de Dios es exponerse a una desagradable sorpresa cuando se muera.

Jorge Loring, S.I.

DEL CABALLO DE SAN PABLO, QUE NUNCA EXISTIÓ



¿Qué sabemos del famoso caballo del que cayó San Pablo cuando de camino a Damasco vio o escuchó a Jesús produciéndose su repentina conversión, que le llevó de perseguir cristianos a ser el más apasionado, vehemente y carismático de entre ellos?

Pues bien, el famoso caballo del que se cayó San Pablo, nunca existió. Que San Pablo se convirtió al cristianismo en especiales circunstancias es un hecho fehaciente del que los siglos han dejado hermosa constancia en la fabulosa comunidad cristiana de casi 2.000 millones de seres que somos hoy los cristianos gracias, entre otras cosas si no sobre todo, a la labor evangelizadora de San Pablo. De que la conversión de San Pablo coincidió con una caída que debió de ser virulenta hasta el punto de quedar el apóstol de los gentiles preso de una ceguera de la que tardó hasta tres días en curar, cabe menor duda aún. Pero lo que es el caballo ese del que supuestamente se cayó el apóstol de los gentiles para convertirse, de ese caballo precisamente, lo único que podemos decir es que... ¡¡¡no existió nunca!!!

La conversión de San Pablo no es un hecho baladí en los textos canónicos, hasta el punto de que se narra en nada menos que tres ocasiones. Una de ellas, (cronológicamente hablando, la última de las tres, sin embargo la más descriptiva e importante) en los Hechos de los Apóstoles, donde se hace en los siguientes términos:
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Él preguntó: «¿Quién eres, Señor Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer». Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le introdujeron en Damasco. Pasó tres días sin ver, y sin comer ni beber (Hch. 9, 3-9)
¿Ven Uds. el caballo por algún lado? Observen Uds. que en el relato de Lucas (los Hechos se atribuyen a Lucas, por cierto, discípulo muy cercano a Pablo a quien acompaña en varios de sus viajes y por quien el apóstol de los gentiles siente especial devoción), Jesús se manifiesta como una voz. Pablo oye a Jesús. No se nos dice que lo vea.

El propio destinatario de la aparición, Pablo, se refiere a la misma en dos ocasiones. Un de ellas en su Primera Carta a los Corintios, donde lo hace dos veces:
“¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Co. 9, 1)
Y en último término se me apareció [Jesús] también a mí, que soy como un aborto (1 Co. 15, 8)
Testimonios en donde la aparición se registra como una visión. Por cierto... ¿algún caballo?

Y al otra en la Carta a los Gálatas, donde relata Pablo:
Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues habéis oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios para destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno (Ga. 1, 11-16).
¿Algún caballo en este relato?

Curiosa la fortuna de la historia, que hasta ha quedado en el idioma español la expresióncaerse del caballo como alusiva manera de explicar la conversión de alguien a cualquier tipo de causa, no exclusivamente religiosa, más aún si previamente la perseguía, cuando, como hemos tenido ocasión de comprobar, dicho caballo paulino no aparece por ningún sitio.

Uno más de esos caballos mágicos de la historia de las religiones, (no menos lo es el caballo blanco del Santiago del que, si recuerdan Uds., nadie conoce la color). Una curiosidad de la interpretación bíblica, anecdótica, que no tiene, sin embargo, por qué llamar a nadie a escándalo. Que no ha de faltar el que le busque tres pies al gato (un gato que, por cierto, tampoco aparece en el relato) al hecho de que Pablo, contrariamente a lo que quiere la más consolidada tradición, no tuviera caballo, cosa que, por cierto, tenían muy pocos en su época. O a lo mejor hasta lo tuvo, vaya Ud. a saber. Pero al menos, por lo que a los textos canónicos se refiere, éstos jamás se hicieron eco de tan preciada posesión.

Luis Antequera

LOS MILAGROS..., ¿GENERAN MILAGROS?



Está muy extendida la idea de que la contemplación de un milagro…, puede dar origen a una serie de conversiones en cataratas.

Y exactamente esto no es así y ni siquiera, esa es la finalidad que el Señor pretende con los milagros, aunque no se descarte el hecho de que algunas veces el impacto de un milagro convierta un alma de indiferente, en temerosa y amante del Señor.

El hombre siente la necesidad de contactar de alguna forma con su Creador, al cual nadie ha visto jamás, lo cual da pié a que muchos digan, que Dios no existe y el demonio se frote las manos. Y este contacto se realiza mediante determinados medios, de los cuales uno de ellos, son los signos que percibimos de su existencia y dentro de estos, tenemos a los milagros. El poder de Dios y subsiguientemente el mismo Dios, se nos manifiesta a través de los milagros, que son hechos que acaecen rompiendo o no cumpliendo las leyes del orden natural que conocemos.

Pero la percepción de los milagros, está sometida a las facultades de nuestros medios sensitivos, que nos dan fe, de lo que vemos, oímos, tocamos, olemos o gustamos. Y esta sensibilidad nuestra, la sensibilidad humana, es una sensibilidad variable y distinta en cada uno de nosotros. Por ello, aunque un milagro despierte, con más o menos fuerza una sensibilidad en todos nosotros, no todo el mundo está dispuesto a aceptar el hecho sobrenatural del milagro que se contempla. Esta negativa a la evidencia palpable de un milagro, cuando se contempla, es fruto de la intervención demoniaca en la mente del que no quiere aceptar el hecho, suministrándole el demonio sofismas y argumentos pseudocientíficos, de que lo que ocurre tiene una explicación, que si ahora no se conoce, con el desarrollo de los conocimientos científicos se conocerá más tarde.

Tenemos muchos milagros, sobre todo en orden a la Eucaristía que sucedieron hace cientos de años, y siguen permaneciendo el hecho milagroso, sin que la ciencia, que tantos avances ha realizado, le haya encontrado una justificación científica. Así tenemos, por ejemplo, como el más conocido de los milagros en torno a la eucaristía en el mundo entero, el milagro de las sagradas formas incorruptas de Siena en Italia y la que se conserva en El Escorial, en España, u otros que anualmente se repiten, como son: La licuación de la sangre de San Jenaro en Nápoles, o la de San Pantaleón en Madrid. Solo el número de milagros conocidos que se han realizado y se siguen realizando en el mundo acerca de la Eucaristía, puede estimarse en unos 400.

Pero como antes decíamos, la negativa tendencia a la aceptación de la evidencia del milagro, es frecuente, bien sea por una cerrazón mental, por intereses personales, por ideología, por simple capricho o por la mala voluntad de los hombres, el resultado es que el milagro, nunca surte el mismo efecto o se presenta igualmente persuasivo para todos. Un caso claro de esto lo tenemos en los Evangelios con la resurrección de Lázaro.

Posiblemente la resurrección de Lázaro, que no fue la única que realizó el Señor, es sin embargo la que más difusión e importancia social tuvo en el mundo judío, pues, se realizó en las proximidades de Jerusalén, en periodo de fiestas y tuvo una enorme difusión. Y sin embargo, no todo el mundo se convirtió ni reconoció o aceptó el milagro, es más, fueron bastantes los que corrieron a Jerusalén, más que a notificar el hecho, a denunciarlo al Sanedrín, como si el Señor hubiese cometido un delito. Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación. Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación (Jn 11,45-50). Como vemos la resurrección de Lázaro, no solo no convirtió al Sanedrín sino que fue el detonante para la muerte del Señor.

Que los milagros no son un remedio contra la incredulidad, nos lo dejó dicho bien claro nuestro Señor, en la parábola de Lázaro y el rico Epulón, cuando este ya condenado desde el infierno y ante la imposibilidad de que al menos, el mendigo Lázaro, le refrescase su lengua con su dedo mojado en agua, el rico Epulón le pide a Abraham: Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa, de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormentoDíjole Abraham: Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan Él dijo: “No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertiránLe contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite (Lc 16,28-31).

La dureza del corazón del hombre va en aumento cuando este camina alejándose de Dios, y llega un momento, que el milagro no le convierte. El demonio ya se encargará de darle argumentos a su mente para que repudie la evidencia del milagro. Es en el hombre que camina hacia Dios, donde el milagro surte mayor efecto, pues aumenta la fe de este. En esto de ver los milagros, podemos tener en cuenta lo que dice un proverbio chino: “El sabio muestra el cielo, pero el tonto mira el dedo”. Si bien los signos pueden atraer a las multitudes interesadas, estos no desembocan automáticamente en un proceso personal de fe.

En todas las apariciones de la Virgen, antiguas o actuales, desde luego que ha habido casos de conversiones, muchas de ellas desgraciadamente sin posterior perseverancia, pues la conversión es el primer peldaño, pero hay que subir la escalera. Pero el número de los convertidos perseverantes, son escasos, en relación a la magnitud del hecho milagroso que nuestra Señor promovió. Y en más de un caso hay una cierta histeria y no una madura reflexión, acera de cuál es la voluntad de nuestra Señora apareciéndose, voluntad esta, que desde luego es siempre idéntica a la de su Hijo.

Más le preocupaba al Señor, la fe del que le pedía que le curase su cuerpo, o también la fe del que le presentaba al enfermo como en el caso del niño lunático, en el que el padre del niño le preguntó al Señor si podía curarlo: “Díjole Jesús: ¡Si puedes!. Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad. Viendo Jesús que se reunía mucha gente, mandó al espíritu impuro, diciendo: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él y no vuelvas a entrar más en él. Dando un grito y agitándole violentamente salió; y quedó como muerto, de suerte que muchos decían: Esta muerto. Pero Jesús tomándole de la mano, le levantó y se mantuvo en pie (Mc 9, 14-27).

La fe, y nada más que la fe es lo que se necesita para poder ver y comprender, porque hay cosas y sucesos que solo se pueden ver y comprender, con los ojos del alma, y para tener bien abiertos estos ojos, hace falta tener mucha humildad, como generalmente tienen todos los pequeños.

Manifiesta, Stawomir Biela autor espiritual polaco, que: “El reconocimiento de la propia nada, la confianza de niño en Dios y la fe en su amor, es lo que conforman la actitud que hace posible el milagro”.

Todo, todo lo que nos rodea, sea lo que sea, circunstancias, objetos, hechos, actitudes,…etc. todo absolutamente todo, tiene impreso en sí la huella del Creador.

Todo existe y se mantiene, porque Dios así lo dispone, si dispusiera lo contrario a su existencia, todo incluido los seres humanos, retornaríamos a la nada total y absoluta, de donde todo y todos hemos salido.

La fe, y nada más que la fe, es lo que se necesita para poder ver y comprender, porque hay cosas y sucesos que solo se pueden ver y comprender, con los ojos del alma, y para tener bien abiertos estos ojos, hace falta tener mucha humildad, como generalmente tienen todos los pequeños.

La experiencia personal de un cristiano vale por un milagro, y lo mejor y más valioso del mismo, es su simple presencia como tal; es dar testimonio de su amor a Cristo, hacer ver a los demás, ese milagro que Él es, viviendo los misterios de la fe. Santo Tomás decía que: “El que se pone a rezar, realiza un milagro más grande que si resucitara a un muerto”.

El que cree y ama de verdad, continuamente donde quiera que mire, verá milagros a su alrededor. Para el que no cree ni ama, ningún milagro le hará cambiar de opinión.

Se cuenta, que el filósofo francés Blas Pascal, esperaba un día a un amigo en lo alto del monte. El amigo, se cayó de caballo y cuando vio a Pascal le dijo que era un milagro el que no se hubiese despeñado, a lo que Pascal le replicó diciéndolo: más milagro es lo mío, que he subido hasta aquí arriba y no me ha pasado nada. Y es que para el que goza de fe, todo lo que le pasa es puro milagro, su vida, su existencia, todo es milagro.

Por lo tanto si partimos de este principio, hemos de saber que la huella de Dios, como venimos afirmando, está siempre presente en todos los acontecimientos que nos rodean; en unos eventos se manifiesta con una extrema claridad y en otros, esta huella se esconde, se oculta siempre sobre todo, para aquellos que mirando no ven y observando no comprenden ni entienden, porque tal es la divina voluntad. Así Nuestro Señor en un determinado momento, manifestó: En aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y la revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito (Lc 10,21).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

NUESTRA SEÑORA DE TODOS LOS PUEBLOS - 31 DE MAYO



Nuestra Señora. Maria Corredentora, Mediadora de todas las Gracias y Abogada.

"Cuando este dogma sea proclamado, todas las Naciones tendrán PAZ", dijo Nuestra Señora.

Este gran Acontecimiento traerá la Unión de todas las Iglesias y coincide con el Milagro que Dios hará por la mediación de la Santísima Virgen en Garabandal para convertir el mundo entero.

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO - COMIENZA EL 02 DE JUNIO



La víspera de empezar este Decenario, que es la víspera de la Ascensión gloriosa de nuestro Divino Redentor, nos debemos preparar, con resoluciones firmes, para emprender la vida interior, y emprendida esta vida, no abandonarla jamás. [1]

PRIMER DÍA
Oración [2]
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración [3]
Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos del Señor.

Los Hechos de los Apóstoles, al narrarnos los acontecimientos de aquel día de Pentecostés en el que el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos de Nuestro Señor, nos hacen asistir a la gran manifestación del poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones. La victoria que Cristo - con su obediencia, con su inmolación en la Cruz y con su Resurrección - había obtenido sobre la muerte y sobre el pecado, se reveló entonces en toda su divina claridad.

Los discípulos, que ya eran testigos de la gloria del Resucitado, experimentaron en sí la fuerza del Espíritu Santo: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a una luz nueva. Habían seguido a Cristo y acogido con fe sus enseñanzas, pero no acertaban siempre a penetrar del todo su sentido: era necesario que llegara el Espíritu de verdad, que les hiciera comprender todas las cosas. Sabían que sólo en Jesús podían encontrar palabras de vida eterna, y estaban dispuestos a seguirle y a dar la vida por Él, pero eran débiles y, cuando llegó la hora de la prueba, huyeron, lo dejaron solo. El día de Pentecostés todo eso ha pasado: el Espíritu Santo, que es espíritu de fortaleza, los ha hecho firmes, seguros, audaces. La palabra de los Apóstoles resuena recia y vibrante por las calles y plazas de Jerusalén.

Los hombres y las mujeres que, venidos de las más diversas regiones, pueblan en aquellos días la ciudad, escuchan asombrados. Partos, medos y elamitas, los moradores de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Pamfilia y de Egipto, los de Libia, confinante con Cirene, y los que han venido de Roma, tanto judíos como prosélitos, los cretenses y los árabes, oímos hablar las maravillas de Dios en nuestras propias lenguas. Estos prodigios, que se obran ante sus ojos, les llevan a prestar atención a la predicación apostólica. El mismo Espíritu Santo, que actuaba en los discípulos del Señor, tocó también sus corazones y los condujo hacia la fe.

Nos cuenta San Lucas que, después de haber hablado San Pedro proclamando la Resurrección de Cristo, muchos de los que le rodeaban se acercaron preguntando: ¿qué es lo que debemos hacer, hermanos? El Apóstol les respondió: Haced penitencia, y sea bautizado cada uno de vosotros en nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Aquel día se incorporaron a la Iglesia, termina diciéndonos el texto sagrado, cerca de tres mil personas.

La venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés no fue un suceso aislado.

Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana: Él es quien inspira la predicación de San Pedro, quien confirma en su fe a los discípulos, quien sella con su presencia la llamada dirigida a los gentiles, quien envía a Saulo y a Bernabé hacia tierras lejanas para abrir nuevos caminos a la enseñanza de Jesús. En una palabra, su presencia y su actuación lo dominan todo.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

SEGUNDO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
Vigencia y actualidad de la Pentecostés.
La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra. El Espíritu Santo continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea - siempre y en todo - signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios. Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara.

También nosotros, como aquellos primeros que se acercaron a San Pedro en el día de Pentecostés, hemos sido bautizados. En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. El Señor, nos dice la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo, que Él derramó copiosamente sobre nosotros por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos.

La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez o incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso - el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas - puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

TERCER DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
La Iglesia, vivificada por el Espíritu Santo, es el Cuerpo Místico de Cristo.

Permitidme narrar un suceso de mi vida personal, ocurrido hace ya muchos años. Un día un amigo de buen corazón, pero que no tenía fe, me dijo, mientras señalaba un mapamundi: mire, de norte a sur, y de este o oeste. ¿Qué quieres que mire?, le pregunté. Su respuesta fue: el fracaso de Cristo. Tantos siglos, procurando meter en la vida de los hombres su doctrina, y vea los resultados. Me llené, en un primer momento de tristeza: es un gran dolor, en efecto, considerar que son muchos los que aún no conocen al Señor y que, entre los que le conocen, son muchos también los que viven como si no lo conocieran.

Pero esa sensación duró sólo un instante, para dejar paso al amor y al agradecimiento, porque Jesús ha querido hacer a cada hombre cooperador libre de su obra redentora. No ha fracasado: su doctrina y su vida están fecundando continuamente el mundo. La redención, por Él realizada, es suficiente y sobreabundante.

Dios no quiere esclavos, sino hijos, y respeta nuestra libertad. La salvación continúa y nosotros participamos en ella: es voluntad de Cristo que - según las palabras fuertes de San Pablo - cumplamos en nuestra carne, en nuestra vida, aquello que falta a su pasión, pro Corpore eius, quod est Ecclesia, en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia.

Vale la pena jugarse la vida, entregarse por entero, para corresponder al amor y a la confianza que Dios deposita en nosotros. Vale la pena, ante todo, que nos decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana. Al recitar el Credo, profesamos creer en Dios Padre todopoderoso, en su Hijo Jesucristo que murió y fue resucitado, en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Confesamos que la Iglesia, una santa, católica y apostólica, es el cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo. Nos alegramos ante la remisión de los pecados, y ante la esperanza de la resurrección futura. Pero, esas verdades ¿penetran hasta lo hondo del corazón o se quedan quizá en los labios? El mensaje divino de victoria, de alegría y de paz de la Pentecostés debe ser el fundamento inquebrantable en el modo de pensar, de reaccionar y de vivir de todo cristiano.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

CUARTO DÍA
Oración.
Ven ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
Nuestra fe en el Espíritu Santo debe ser absoluta.

Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios: no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena. La acción del Espíritu Santo puede pasarnos inadvertida, porque Dios no nos da a conocer sus planes y porque el pecado del hombre enturbia y obscurece los dones divinos. Pero la fe nos recuerda que el Señor obra constantemente: es Él quien nos ha creado y nos mantiene en el ser; quien, con su gracia, conduce la creación entera hacia la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

Por eso, la tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón. El Espíritu Santo realiza en el mundo las obras de Dios: es - como dice el himno litúrgico - dador de las gracias, luz de los corazones, huésped del alma, descanso en el trabajo, consuelo en el llanto. Sin su ayuda nada hay en el hombre que sea inocente y valioso, pues es Él quien lava lo manchado, quien cura lo enfermo, quien enciende lo que está frío, quien endereza lo extraviado, quien conduce a los hombres hacia el puerto de la salvación y del gozo eterno.

Pero esta fe nuestra en el Espíritu Santo ha de ser plena y completa: no es una creencia vaga en su presencia en el mundo, es una aceptación agradecida de los signos y realidades a los que, de una manera especial, ha querido vincular su fuerza. Cuando venga el Espíritu de verdad - anunció Jesús -, me glorificará porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará. El Espíritu Santo es el Espíritu enviado por Cristo, para obrar en nosotros la santificación que Él nos mereció en la tierra.

No puede haber por eso fe en el Espíritu Santo, si no hay fe en Cristo, en la doctrina de Cristo, en los sacramentos de Cristo, en la Iglesia de Cristo. No es coherente con la fe cristiana, no cree verdaderamente en el Espíritu Santo quien no ama a la Iglesia, quien no tiene confianza en ella, quien se complace sólo en señalar las deficiencias y las limitaciones de los que la representan, quien la juzga desde fuera y es incapaz de sentirse hijo suyo. Me viene a la mente considerar hasta qué punto será extraordinariamente importante y abundantísima la acción del Divino Paráclito, mientras el sacerdote renueva el sacrificio del Calvario, al celebrar la Santa Misa en nuestros altares.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

QUINTO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
El Espíritu Santo está en medio de nosotros.

Los cristianos llevamos los grandes tesoros de la gracia en vasos de barro; Dios ha confiado sus dones a la frágil y débil libertad humana y, aunque la fuerza del Señor ciertamente nos asiste, nuestra concupiscencia, nuestra comodidad y nuestro orgullo la rechazan a veces y nos llevan a caer en pecado. En muchas ocasiones, desde hace más de un cuarto de siglo, al recitar el Credo y afirmar mi fe en la divinidad de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, añado a pesar de los pesares. Cuando he comentado esa costumbre mía y alguno me pregunta a qué quiero referirme, respondo: a tus pecados y a los míos.

Todo eso es cierto, pero no autoriza en modo alguno a juzgar a la Iglesia de manera humana, sin fe teologal, fijándose únicamente en la mayor o menor cualidad de determinados eclesiásticos o de ciertos cristianos. Proceder así, es quedarse en la superficie. Lo más importante en la Iglesia no es ver cómo respondemos los hombres, sino ver lo que hace Dios. La Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla, llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia, sosteniéndonos con su ayuda constante, en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria.

Podemos llegar a desconfiar de los hombres, y cada uno está obligado a desconfiar personalmente de sí mismo y a coronar sus jornadas con un mea culpa, con un acto de contrición hondo y sincero. Pero no tenemos derecho a dudar de Dios. Y dudar de la Iglesia, de su origen divino, de la eficacia salvadora de su predicación y de sus sacramentos, es dudar de Dios mismo, es no creer plenamente en la realidad de la venida del Espíritu Santo.

Antes de que Cristo fuera crucificado - escribe San Juan Crisóstomo - no había ninguna reconciliación. Y, mientras no hubo reconciliación, no fue enviado el Espíritu Santo… La ausencia del Espíritu Santo era signo de la ira divina. Ahora que lo ves enviado en plenitud, no dudes de la reconciliación. Pero si preguntaron: ¿dónde está ahora el Espíritu Santo? Se podía hablar de su presencia cuando ocurrían milagros, cuando eran resucitados los muertos y curados los leprosos. ¿Cómo saber ahora que está de veras presente? No os preocupéis. Os demostraré que el Espíritu Santo está también ahora entre nosotros…

Si no existiera el Espíritu Santo, no podríamos decir: Señor, Jesús, pues nadie puede invocar a Jesús como Señor, si no es en el Espíritu Santo (1 Corintios XII, 3). Si no existiera el Espíritu Santo, no podríamos orar con confianza. Al rezar, en efecto, decimos: Padre nuestro que estás en los cielos (Mateo VI, 9). Si no existiera el Espíritu Santo no podríamos llamar Padre a Dios. ¿Cómo sabemos eso? Porque el apóstol nos enseña: Y, por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre (Gálatas IV, 6).

Cuando invoques, pues, a Dios Padre, acuérdate de que ha sido el Espíritu quien, al mover tu alma, te ha dado esa oración. Si no existiera el Espíritu Santo, no habría en la Iglesia palabra alguna de sabiduría o de ciencia, porque está escrito: es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría (1 Corintios XII, 8)… Si el Espíritu Santo no estuviera presente, la Iglesia no existiría. Pero, si la Iglesia existe, es seguro que el Espíritu Santo no falta.

Por encima de las deficiencias y limitaciones humanas, insisto, la Iglesia es eso: el signo y en cierto modo - no en el sentido estricto en el que se ha definido dogmáticamente la esencia de los siete sacramentos de la Nueva Alianza - el sacramento universal de la presencia de Dios en el mundo. Ser cristiano es haber sido regenerado por Dios y enviado a los hombres, para anunciarles la salvación. Si tuviéramos fe recia y vivida, y diéramos a conocer audazmente a Cristo, veríamos que ante nuestros ojos se realizan milagros como los de la época apostólica.

Porque ahora también se devuelve la vista a ciegos, que habían perdido la capacidad de mirar al cielo y de contemplar las maravillas de Dios; se da la libertad a cojos y tullidos, que se encontraban atados por sus apasionamientos y cuyos corazones no sabían ya amar; se hace oír a sordos, que no deseaban saber de Dios; se logra que hablen los mudos, que tenían atenazada la lengua porque no querían confesar sus derrotas; se resucita a muertos, en los que el pecado había destruido la vida. Comprobamos una vez más que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que cualquier espada de dos filos y, lo mismo que los primeros fieles cristianos, nos alegramos al admirar la fuerza del Espíritu Santo y su acción en la inteligencia y en la voluntad de sus criaturas.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

SEXTO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
Dar a conocer el camino de la correspondencia a la acción del Espíritu Santo.

Veo todas las incidencias de la vida - las de cada existencia individual y, de alguna manera, las de las grandes encrucijadas de las historia - como otras tantas llamadas que Dios dirige a los hombres, para que se enfrenten con la verdad; y como ocasiones, que se nos ofrecen a los cristianos, para anunciar con nuestras obras y con nuestras palabras ayudados por la gracia, el Espíritu al que pertenecemos.

Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.

No es verdad que toda la gente de hoy - así, en general y en bloque - esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías - y personas que las sustentan - que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.

A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida, porque fuera de Él no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

SEPTIMO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
El don de la sabiduría nos permite conocer a Dios y gozarnos en su presencia.

Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida. Si fuéramos consecuentes con nuestra fe, al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos que animaron el de Jesucristo: al ver aquellas muchedumbres se compadecía de ellas, porque estaban malparadas y abatidas, como ovejas sin pastor.

No es que el cristiano no advierta todo lo bueno que hay en la humanidad, que no aprecie las limpias alegrías, que no participe en los afanes e ideales terrenos. Por el contrario, siente todo eso desde lo más recóndito de su alma, y lo comparte y lo vive con especial hondura, ya que conoce mejor que hombre alguno las profundidades del espíritu humano.

La fe cristiana no achica el ánimo, ni cercena los impulsos nobles del alma, puesto que los agranda, al revelar su verdadero y más auténtico sentido: no estamos destinados a una felicidad cualquiera, porque hemos sido llamados a penetrar en la intimidad divina, a conocer y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo y, en la Trinidad y en la Unidad de Dios, a todos los ángeles y a todos los hombres.

Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo.

Hemos de vivir de fe, de crecer en la fe, hasta que se pueda decir de cada uno de nosotros, de cada cristiano, lo que escribía hace siglos uno de los grandes Doctores de la Iglesia oriental: de la misma manera que los cuerpos transparentes nítidos, al recibir los rayos de luz, se vuelven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo se vuelven también ellas espirituales y llevan a las demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las cosas futuras, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios.

La conciencia de la magnitud de la dignidad humana - de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia en hijos de Dios - junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa, ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino. Es ésta una verdad que no puede olvidarse nunca, porque entonces el endiosamiento se pervertiría y se convertiría en presunción, en soberbia y, más pronto o más tarde, en derrumbamiento espiritual ante la experiencia de la propia flaqueza y miseria.

¿Me atreveré a decir: soy santo? - se preguntaba San Agustín. Si dijese santo en cuanto santificador y no necesitado de nadie que me santifique, sería soberbio y mentiroso. Pero si entendemos por santo el santificado, según aquello que se lee en el Levítico: sed santos, porque yo, Dios, soy santo; entonces también el cuerpo de Cristo, hasta el último hombre situado en los confines de la tierra y, con su Cabeza y bajo su Cabeza, diga audazmente: soy santo.

Amad a la Tercera Persona de la Trinidad Beatísima: escuchad en la intimidad de vuestro ser las mociones divinas - esos alientos, esos reproches -, caminad por la tierra dentro de la luz derramada en vuestra alma: y el Dios de la esperanza nos colmará de toda suerte de paz, para que esa esperanza crezca en nosotros siempre más y más, por la virtud del Espíritu Santo.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

OCTAVO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
Vivir según el Espíritu Santo.

Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del pan y en la oración.

Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal - la oración sin anonimato - cara a cara con Dios, han de constituir como la sustancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra divina de la salvación.

Es doctrina que se aplica a cualquier cristiano, porque todos estamos igualmente llamados a la santidad. No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una la caridad.

Podemos, por tanto, tomar como dirigida a nosotros la pregunta que formula el Apóstol: ¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en vosotros?, y recibirla como una invitación a un trato más personal y directo con Dios. Por desgracia el Paráclito es, para algunos cristianos, el Gran Desconocido: un nombre que se pronuncia, pero que no es Alguno - una de las tres Personas del único Dios -, con quien se habla y de quien se vive.

Hace falta - en cambio - que lo tratemos con asidua sencillez y con confianza, como nos enseña a hacerlo la Iglesia a través de la liturgia. Entonces conoceremos más a Nuestro Señor y, al mismo tiempo, nos daremos cuenta más plena del inmenso don que supone llamarse cristianos: advertiremos toda la grandeza y toda la verdad de ese endiosamiento, de esa participación en la vida divina, a la que ya antes me refería.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

NOVENO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
Docilidad, oración y unión con la Cruz.

Porque el Espíritu Santo no es un artista que dibuja en nosotros la divina sustancia, como si Él fuera ajeno a ella, no es de esa forma como nos conduce a la semejanza divina; sino que Él mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios.

Para concretar, aunque sea de una manera muy general, un estilo de vida que nos impulse a tratar al Espíritu Santo - y, con Él, al Padre y al Hijo - y a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres realidades fundamentales: docilidad – repito -, vida de oración, unión con la Cruz.

Docilidad, en primer lugar, porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. Los que son llevados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.

Si nos dejamos guiar por ese principio de vida presente en nosotros, que es el Espíritu Santo, nuestra vitalidad espiritual irá creciendo y nos abandonaremos en las manos de nuestro Padre Dios, con la misma espontaneidad y confianza con que un niño se arroja en los brazos de su padre. Si no os hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos, ha dicho el Señor. Viejo camino interior de infancia, siempre actual, que no es blandenguería, ni falta de sazón humana: es madurez sobrenatural, que nos hace profundizar en las maravillas del amor divino, reconocer nuestra pequeñez e identificar plenamente nuestra voluntad con la de Dios.

Vida de oración, en segundo lugar, porque la entrega, la obediencia, la mansedumbre del cristiano nacen del amor y al amor se encaminan. Y el amor lleva al trato, a la conversación, a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. ¿Quién sabe las cosas del hombre, sino solamente el espíritu del hombre, que está dentro de él? Así las cosas de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu de Dios. Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sentiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios, a quien no dudaremos en invocar como a Padre que es nuestro.

Acostumbremos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar: a confiar en Él, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca de nosotros. Así se irá agrandando nuestro pobre corazón, tendremos más ansias de amar a Dios y, por Él, a todas las criaturas. Y se reproducirá en nuestras vidas esa visión final del Apocalipsis: el espíritu y la esposa, el Espíritu Santo y la Iglesia - y cada cristiano - que se dirigen a Jesús, a Cristo, y le piden que venga, que esté con nosotros para siempre.

Unión con la Cruz, finalmente, porque en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano: somos - nos dice San Pablo - coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con Él, a fin de que seamos con Él glorificados. El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos.

Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo.

Es entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha ganado, que se nos comunican con la gracia del Espíritu Santo. Los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad: y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

DECIMO DÍA
Oración.
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración.
La vida del cristiano consiste en empezar una y otra vez.

En medio de las limitaciones inseparables de nuestra situación presente, porque el pecado habita todavía de algún modo en nosotros, el cristiano percibe con claridad nueva toda la riqueza de su filiación divina, cuando se reconoce plenamente libre porque trabaja en las cosas de su Padre, cuando su alegría se hace constante porque nada es capaz de destruir su esperanza.

Es en esa hora, además y al mismo tiempo, cuando es capaz de admirar todas las bellezas y maravillas de la tierra, de apreciar toda la riqueza y toda la bondad, de amar con toda la entereza y toda la pureza para las que está hecho el corazón humano. Cuando el dolor ante el pecado no degenera nunca en un gesto amargo, desesperado o altanero, porque la compunción y el conocimiento de la humana flaqueza le encaminan a identificarse de nuevo con las ansias redentoras de Cristo, y a sentir más hondamente la solidaridad con todos los hombres. Cuando, en fin, el cristiano experimenta en sí con seguridad la fuerza del Espíritu Santo, de manera que las propias caídas no le abaten: porque son una invitación a recomenzar, y a continuar siendo testigo fiel de Cristo en todas las encrucijadas de la tierra, a pesar de las miserias personales, que en estos casos suelen ser faltas leves, que enturbian apenas el alma; y, aunque fuesen graves, acudiendo al Sacramento de la Penitencia con compunción, se vuelve a la paz de Dios y a ser de nuevo un buen testigo de sus misericordias.

Tal es, en un resumen breve, que apenas consigue traducir en pobres palabras humanas, la riqueza de la fe, la vida del cristiano, si se deja guiar por el Espíritu Santo. No puedo, por eso, terminar de otra manera que haciendo mía la petición, que se contiene en uno de los cantos litúrgicos de la fiesta de Pentecostés, que es como un eco de la oración incesante de la Iglesia entera: Ven, Espíritu Creador, visita las inteligencias de los tuyos, llena de gracia celeste los corazones que tú has creado. En tu escuela haz que sepamos del Padre, haznos conocer también al Hijo, haz en fin que creamos eternamente en Ti, Espíritu que procedes de uno del otro.

Oración.
¡Espíritu Divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad y, muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

[1] F. J. del Valle. Decenario al Espíritu Santo, Madrid: Rialp, 1954.
[2] Cf. Postulación para la Causa de Beatificación y Canonización de Monseñor

Francisca Javiera del Valle

SOBRE LA SALUD



Analízate Y DESCUBRE cual es tu problema: "EL CUERPO GRITA... LO QUE LA BOCA CALLA".

"La enfermedad es un conflicto entre la personalidad y el alma". Bach.

Las enfermedades del cuerpo son reflejos de lo que ESCONDES en el alma. La soledad es el peor compañero.

Muchas veces... en su mayoría:
· El resfrío "chorrea" cuando el cuerpo no llora.
· El dolor de garganta "tapona" cuando no es posible comunicar las aflicciones.
· El estómago arde cuando las rabias no consiguen salir.
· La diabetes invade cuando la soledad duele.
· El cuerpo engorda cuando la insatisfacción aprieta.
· El dolor de cabeza deprime cuando las dudas aumentan.
· El corazón afloja cuando el sentido de la vida parece terminar.
· La alergia aparece cuando el perfeccionismo está intolerable.
· Las uñas se quiebran cuando las defensas están amenazadas.
· El pecho aprieta cuando el orgullo esclaviza.
· La presión sube cuando el miedo a vencer el mal que te rodea te aprisiona.
· Las neurosis paralizan cuando el niño interior que no madura tiraniza.
· La fiebre calienta cuando las defensas explotan las fronteras de la inmunidad.
· Las rodillas duelen cuando tu orgullo no se doblega.
· El cáncer mata cuando te cansas de "vivir" y sientes que te defraudan tus seres amados.

¿Y tus dolores callados? ¿Cómo hablan en tu cuerpo?

¡¡¡La Enfermedad no es MALA, te AVISA que te estas EQUIVOCANDO de camino!!!


¡¡¡El camino a la felicidad no es recto. Existen curvas llamadas EQUIVOCACIONES, existen semáforos llamados AMIGOS, luces de precaución llamadas FAMILIA, déjate ayudar ellos ven lo que tu arrogancia te ciega, pon la bondad al servicio de tu propia existencia, todo se logra si tienes: Una llanta de repuesto llamada DECISIÓN, un potente motor llamado AMOR Y GRATITUD, un buen seguro llamado FE, abundante combustible llamado PACIENCIA, pero sobre todo un experto conductor llamado DIOS!!!

La mejor medicina es la que tu mismo te aplicas, aprende estas reglas y tu cuerpo responderá.

BENDICIONES.

MARCANDO PRECEDENTES



En 1939 las tropas soviéticas entraron y anexaron los estados del Báltico, incluyendo a Latvia.

El vicecónsul estadounidense en Latvia, capital de Riga, vio lo que estaba pasando y le preocupaba que los soldados soviéticos saquearan la sede de la Cruz Roja Americana.

Se comunicó con el Departamento de Estado para pedir autorización para izar la bandera de los Estados Unidos más alta que la bandera de la Cruz Roja para proteger las provisiones que allí había, pero la respuesta de sus superiores fue: «No existe precedente para actuar de esa manera».

El vicecónsul izó la bandera.
Luego mandó un mensaje al Departamento de Estado en el que decía: «En esta fecha, he establecido un precedente».

Por lo general, las soluciones están en el ojo del observador.
En el mundo hay muchos que se detienen cuando alguien les pone un límite. Sin embargo, los que han abierto camino en la vida son aquellos que frente a las limitaciones se atreven a marcar un precedente. Muchos dicen, eso nunca se ha hecho o ya se probó antes y no funcionó.

Dios es Dios que atraviesa los límites humanos para hacer milagros. Él nos ha llamado a ser gente de milagros.

Éxodo 14:14-16: El Señor peleará por vosotros mientras vosotros os quedáis callados. Entonces dijo el Señor a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, levanta tu vara y extiende tu mano sobre el mar y divídelo; y los hijos de Israel pasarán por en medio del mar, sobre tierra seca.

Maxwell, J. C.

DE LO PEQUEÑO A LO GRANDE



Las cosas son tan pequeñas o grandes como decidamos verlas.

Las cosas pequeñas que tenemos pueden llegar a ser grandes, dependiendo de la visión que tenemos de las cosas.

Por ejemplo: Nosotros decidimos si la semilla que tenemos en nuestras manos es solo una simple semilla o tiene un potencial encerrado. Nosotros decidimos si en una semilla vemos un fruto o un árbol. Si vemos un árbol o si podemos ver un bosque.

De la misma semilla va a salir todo. Las cosas son tan pequeñas o grandes como decidamos verlas. El éxito está en convertir las cosas pequeñas en grandes.

Jeremías 1:11-12 La palabra de Yahvé vino a mí, diciendo: ¿Qué ves tú, Jeremías? Y dije: Veo una vara de almendro. Y me dijo Yahvé: Bien has visto; porque yo apresuro mi palabra para ponerla por obra.

Por medio de esta palabra podemos ver a un Dios que le interesa saber como vemos las cosas, porque según como las veamos, será la capacidad de comprensión y acción que tendremos.

Reciba esto: Muchos ven las cosas de una manera totalmente diferentes a otras personas. La manera de saber quién tiene razón lo demuestran los frutos. La misma reunión, la misma palabra, la misma unción, sin embargo la gente al salir del servicio, unos siguen igual y otros fueron tocados y cambiados. Esto sucede simplemente por la manera de como se ven las cosas. Uno solo vio su situación, otro vio la posibilidad de poder adorar a Dios.

Uno se fue igual, pero el otro se fue lleno. La pregunta que Dios le hizo a Jeremías es la misma que nos hace a nosotros hoy… ¿Qué ves? Porque eso será tu pequeñez o tu grandeza. Hay una aceleramiento de Su palabra en estos tiempos, tanto para lo bueno como para lo malo. El cumplimiento de la palabra es una realidad. Tienes que ser de los que creen y espera. No de los que piensan que la palabra no se cumplirá más y se enfrían y se quedan.

No eches a perder todo lo bueno que Dios estableció en la eternidad para ti por causa de ver lo incorrecto.

Limites que me impiden salir de lo pequeño para pasa a lo grande:
1. La incredulidad: Hebreos 3:12 dice, Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo…”.

La incredulidad es unos de los límites mayores que tenemos que no nos deja pasar de lo pequeño a lo grande.

La incredulidad te siega la visión, se convierte en una muralla que te encierra en lo que estás viviendo. Sofoca tu fe.

Dice Romanos 11:23, Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar En otras palabras, Dios quiere volver a ponerte en tu originalidad. Dios quiere meterte el Árbol verdadero, para que puedas dar verdaderos frutos.

2. La falta de obras de Fe: Si bien lo podemos relacionar con la incredulidad. Lo que quiero decir es que nos faltan acciones que demuestren lo que creemos. Cuando llega una palabra a nosotros que nos toca, cuando Dios nos confirma algo, cuando Dios restaura algún área de nuestras vidas. Nos faltan acciones de fe.

Santiago 2:18 (PDT) nos confronta y nos debería hacer pensar, dice, Pero alguien puede decir: Tú tienes fe, y yo tengo hechos. Demuéstrame tu fe sin hechos y yo te demuestro mi fe con mis hechos”.

Nos faltan acciones que demuestren nuestra fe. No solo puedo decir que la tengo, sino que también debo hacer cosas para confrontar la incredulidad y confirmar que estoy creyendo lo que he recibido.

3. La falta de Santidad: Podría resumir la falta de santidad así, La falta de entendimiento de que fui apartado para Él, para cumplir un propósito, que desarrollara mi visión en la tierra, para bendecir a las generaciones que saldrán de miLa falta de santidad es muy limitante.

Vivir en santidad, te lleva a sentir una responsabilidad constante. No un peso, no una carga, como nos enseño el legalismo. Sino mas bien la responsabilidad de que Dios me aparto para ser un instrumento y por causa de la santidad llegare a ser grande para impartir a miles la Gloria, el Poder, la Salvación y la Autoridad del Reino.

Santidad tiene más que ver con entender el Llamado que con mi manera de vestir. Tiene que ver con un compromiso absoluto. Cuando Dios dice sean santos porque Yo soy santo...” Podríamos tomarlo así Comprométanse conmigo absolutamente, porque Yo estoy comprometidos con ustedes absolutamente…”.

Las puertas están abiertas, no maldigas lo pequeño, porque eso te llevara a lo grande

Por: Sahir Akel

DIOS HA MUERTO, ¡VIVA DIOS!



Veamos diferentes creencias, todas reales, que he podido recopilar estos días:

Cuando tengo un problema con alguien meto una foto suya en un vaso y lo pongo en el congelador. (Dios superstición)
Doctor, hoy me encuentro mucho mejor, el horóscopo me ha dicho que esta será una buena semana. (Dios horóscopo)
No me toques la pulsera que da mala suerte. (Dios piedras mágicas)
No falto ni un día al gimnasio, esa es mi religión. (Dios cuerpo)
El hombre pertenece a la Tierra, no la tierra al hombre. (Diosa naturaleza)
No podemos creer nada que no haya sido demostrado empíricamente. (Dios ciencia)
Y la mejor de todas:
Yo no creo en Dios”. (Este cree en el dios más increíble de todos: la Nada Todocreadora)

Me falta poner ejemplos del dios dinero, el dios trabajo, el dios humanidad, el dios reencarnación (vaca, gato…), el dios polstergeist (ovni, marciano, profecías…), el dios new age y muchos otros.

El caso es que algunos dicen que esta es una sociedad que no cree en nada. Pero a mí me parece lo contrario: es de lo más crédula. El problema es que ahora la gente cree en cualquier cosa.

Lo dicho. Dios ha muerto, ¡viva dios!

Aramis

EL PAPA DICE QUE "SER CRISTIANO NO ES UN TRAJE PARA VESTIR EN PRIVADO O EN OCACIONES IMPORTANTES"



Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.

Benedicto XVI reconoció que «la crisis que se experimenta lleva consigo los trazos de la exclusión de Dios de la vida de las personas».

En una sociedad como la de hoy, a menudo marcada por la secularización, la Iglesia tiene el deber de ofrecer a los hombres un renovado anuncio de esperanza. Lo afirmó hoy el Papa Benedicto XVI al recibir en audiencia a los participantes en la Plenaria del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, instituido por él el año pasado, dando un principio operativo a la reflexión que había hecho durante mucho tiempo sobre la necesidad de ofrecer una respuesta particular al momento de crisis de la vida cristiana”.

El término 'nueva evangelización' recuerda la exigencia de una renovada modalidad de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, en el que los desarrollos de la secularización han dejado pesadas huellas también en países de tradición cristiana, observó el Papa en su discurso.

Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está llamada a realizar una nueva evangelización, quiere decir intensificar la acción misionera para corresponder plenamente al mandato del Señor.

En el contexto actual, reconoció, la crisis que se experimenta lleva consigo los trazos de la exclusión de Dios de la vida de las personas y de una generalizada indiferencia hacia la misma fe cristiana, hasta el intento de marginarla de la vida pública”.

Se asiste al drama de la fragmentación que no consiente tener una referencia de unión; además se verifica, a menudo, el fenómeno de personas que desean pertenecer a la Iglesia, pero que son fuertemente influenciados por una visión de la vida que contrasta con la fe”.

Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, parece ser hoy más complejo que en el pasado; pero nuestro deber es idéntico como en los albores de nuestra historia”, reconoció el Papa. La misión no ha cambiado, así como no deben cambiar el entusiasmo y la valentía que empujaron a los Apóstoles y a los primeros discípulos”.

El Espíritu Santo que los alentó a abrir las puertas del cenáculo, haciéndoles Evangelizadores, es el mismo Espíritu que mueve hoy a la Iglesia en un renovado anuncio de esperanza a los hombres de nuestro tiempo.

La nueva evangelización, indicó, deberá hacerse cargo de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual, la existencia personal permanece en su contradicción y privada de lo esencial”.

También en quien permanece el lazo con las raíces cristiana, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer comprender que el ser cristiano no es una especie de traje que ponerse en privado o en ocasiones particulares, sino algo vivo y totalitario, capaz de asumir todo lo hay de bueno en la modernidad.

En este contexto, el Papa pidió un proyecto que sea capaz de ayudar a toda la Iglesia y a las distintas Iglesias particulares, en el compromiso de la nueva evangelización, en el que la urgencia por un renovado anuncio se haga cargo de la formación, en particular de las nuevas generaciones, y se conjugue con la propuesta de signos concretos para hacer evidente la respuesta que la Iglesia pretende ofrecer en este especial momento.

Dado que el estilo de vida de los creyentes necesita una genuina credibilidad, tanto más convincente cuanto más es dramática la condición de aquellos a los que se dirigen, el Papa concluyó con las palabras de la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI: Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad”.

Zenit

VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN - 31 DE MAYO



En la Anunciación el ángel había mencionado, como de pasada, un dato no pedido por María, que, a la vez era prueba.

Isabel, pariente ya anciana de María, daría a luz un hijo. María sabe la pena de la esterilidad de su pariente. Sabe su edad. Y se llena de caridad para estar en comunión con aquella que también juega un papel en los planes de Dios. Y, empujada por el Espíritu Santo, se pone en movimiento; quiere visitar y ayudar a Isabel en su alumbramiento; quiere darle muestras de su amor. Está movida por el cariño humano y por la caridad divina.

Y se pone en camino hacia las montañas de Judea. Comienza el caminar de Dios entre los hombre en el seno de su Madre bendita.

El camino es largo, y cuando llega "entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor" (Lc).

Todo es alegría en el encuentro. Alegría, por la visita de la pariente tan querida. Alegría por saberse ayudada en momentos tan esperados, pero nada fáciles. Pero, sobre todo, alegría que nace en el Espíritu Santo y embarga el corazón de Isabel. Alegría también del niño de Isabel que salta de gozo en su seno. Es la alegría del encuentro con Dios. Y es también alegría de María que, no sólo se siente amada, sino que ama como sólo puede amar quién está llena de Dios. Al ver la alegría de Isabel, María abre su alma y manifiesta lo más íntimo de sus sentimientos.

María exclamó:
"Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama de generación en generación sobre aquellos que le temen. Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según había prometido a nuestros padres, Abraham y su descendencia para siempre" (Lc).

Son palabras de la Escritura que brotan de sus labios como agua de una fuente abundante. Ha meditado mucho y ha entendido con las luces del Espíritu. Cierto que ve su pequeñez, pero ve también que las cosas que se han producido en Ella son grandes: ve la salvación de los hombres, la victoria sobre el pecado y el príncipe de éste mundo que esclaviza a los hombres; ve la satisfacción de todos los deseos de liberación que encierran en el corazón de los hombres, ve el cumplimiento de las promesas de Dios de un modo que supera todas las expectativas. Sabe que en su seno vive el Hijo del Altísimo. Y se llena de toda la alegría que puede soportar un ser humano. Por eso da gloria a Dios por tanto bien.
"María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a casa". Hasta que nació Juan y recuperó el habla Zacarías convirtiéndose en profeta del Altísimo.

Enrique Cases