miércoles, 30 de junio de 2010

CÓMO AYUDAR A LOS DIFUNTOS


Quiero informarles a ustedes de un par de cosas que yo descubrí en mis primeros años de jesuita, y que a lo largo de la vida me han llenado de consuelo apostólico. Por eso las conservo hasta hoy. Las practico hasta hoy. Y pienso seguir practicándolas.

Es el modo de ayudar a los moribundos, y el modo de ayudar a los difuntos: las dos partes que va a tener esta conferencia. Creo que la mejor obra de caridad que podemos hacer es ayudar a una persona a bien morir, y ayudar a un alma que está en el purgatorio, que no puede hacer nada por ella misma, pero que desde aquí le podemos ayudar muchísimo. Pues vamos a ver si digo algo de esto.

Primero: Ayudar a los moribundos.
Miren ustedes, evidentemente que los colegios son una gran obra. Y por eso la Iglesia defiende la enseñanza religiosa frente a todos esos que quieren barrer de España la enseñanza religiosa. Ella mantiene los colegios por encima de todo, porque es una obra fundamental en la educación católica. Esto es clarísimo.

También es clarísimo que muchas personas que han pasado por un colegio de religiosos, mantienen a lo largo de su vida esa formación que recibieron en el colegio de religiosos. Mantienen una fe. Mantienen un hogar cristiano, porque desde pequeños los educaron así. Por lo tanto, no hay duda la gran labor que realizan los colegios religiosos. Ahora bien, hay mucha gente que pasó por colegios religiosos y después se les olvida todo, lo tiran todo por la borda y orientan su vida por caminos totalmente distintos de todo lo que aprendieron en el colegio de religiosos. Esto es así. Y todos conocemos nombres de personas famosas que han seguido este segundo camino.

¿Qué quiero decir? Que los colegios son una gran cosa, y la Iglesia quiere que haya colegios y haya educación religiosa. Pero, hay un riesgo siempre. Estos niños, estos jóvenes, a quienes les dedicamos tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanto interés, ¿se van a mantener toda la vida en este camino? Quizás, si. Algunos, quizás no.

Pero, lo que yo hago con un moribundo, eso no se estropea ya. Si yo logro que un moribundo se arrepienta de sus pecados, pida perdón a Dios, muera en gracia y se salve, eso no se estropea ya. El interés que yo pongo por ayudar a un moribundo es la obra de caridad más eficaz y más apostólica de todas las que puedo hacer. Porque todas las demás personas a quienes yo procuro ayudar apostólicamente, quizás conserven todo lo que trabajo con ellas; pero no sé. No sé qué rumbo van a tomar a lo largo de su vida Ahora, lo que haga yo con un moribundo, ése es trabajo seguro. Si yo logro ayudar a un moribundo a que muera en gracia, es solución definitiva.

Eso ya no se estropea. Por eso es tan eficaz apostólicamente ayudar a bien morir a las personas. Es el mayor favor que yo puedo hacer a una persona. Lo va a disfrutar toda la eternidad. Esto puedo hacerlo de palabra con un familiar, o con un amigo a quien visito en su lecho de muerte. Pero también puedo ayudar a los moribundos de todo el mundo.

¿Cómo les ayudo a bien morir? Rezando por ellos. Pidiendo por ellos. Sencillo. Si la oración es eficaz, si la oración es infalible en algo, es cuando pido por un moribundo. Cristo en el Evangelio nos habla muchísimo de «Pedid y recibiréis», «Buscad y hallaréis»: de la fuerza de la oración. Cristo habla en el Evangelio incluso con frases hiperbólicas: «Pídele a esa higuera que se traslade al mar, y la higuera se trasladará al mar». La fuerza de la oración es impresionante.

Sólo hace falta una condición para que la oración sea eficaz: que yo pida lo que conviene; porque si yo pido lo que no conviene, Dios, naturalmente, no me hace caso. Como la madre de familia, que cuando el niño se echa a llorar porque quiere el cuchillo de cocina, la madre no le da el cuchillo de cocina, porque se va a cortar. Le da un sonajero, le da un juguete; pero no le da el cuchillo de cocina.

Si nosotros pedimos a Dios lo que no conviene, Dios no nos lo da. Nos dará otra cosa, pero no lo que pedimos. ¿Me conviene o no me conviene? Yo no sé, Dios sabrá. Yo pido que me toque la lotería: ¡a ver si me toca el gordo! ¡A cuántas personas, a lo mejor, no les conviene que les toque el gordo! Puede ser su ruina espiritual. Yo pido la salud. En orden a la vida eterna, que es lo importante, a lo mejor gano más cielo con la enfermedad.

Ahora, lo que sí sé, es que si yo pido la conversión de un moribundo, eso conviene seguro. La condición indispensable es que yo pida una cosa buena. Esta condición se cumple si yo pido la conversión de un moribundo. Eficacia segura, infalibilidad segura. No hay más que una dificultad: que el otro quiera. Si el otro no quiere, no hay nada que hacer. Porque Dios no salva a nadie contra su voluntad. Dios no mete a la gente a empujones en el cielo. Hace falta que el otro quiera. Porque si el otro rechaza la gracia, nada.

Pero es evidente que si yo pido para un moribundo un aumento de gracia, ese moribundo recibe el aumento de gracia. Eso es infalible. Ahora, ese moribundo, ¿aceptará el aumento de gracia, o no lo aceptará? No sé. Quizás el otro rechace el aumento de gracia. Entonces no sirve. Pero como yo pido por todos los que van a morir hoy en el mundo, no todos van a rechazar la gracia recibida. Mañana pediré por los de mañana. Y pasado por los de pasado. Pero hoy, voy a pedir por todos los que van a morir hoy. Yo pido un aumento de gracia para todos los que van a morir hoy. Y Dios, seguro que les da ese aumento de gracia, porque pido una cosa buena.
Por lo tanto, gracias a mi oración, todos los que van a morir hoy, van a recibir un aumento de gracia. ¿Algunos la rechazarán? Pues quizás, sí. Pero, ¿y el que la aproveche? Alguno se aprovechará. ¿Cuántos? No sé. ¿Uno? ¿Cien? ¿Mil?. Alguno se aprovechará. Algunos de esos hombres iban a rechazar una gracia, que era suficiente, pero no era eficaz; no les bastaba. Pero al recibir esa nueva gracia que yo les consigo, piden perdón, se arrepientan, y se salvan. Y se han salvado gracias a mí. Gracias a la oración que yo he hecho por ellos Porque han correspondido a una gracia que no tenían.

Dios les había dado la gracia suficiente. Pero este aumento de gracia que yo he pedido para ellos, y que Dios no me la niega, hace que la gracia suficiente haya resultado eficaz. Si yo logro con mi oración de todos los días, un aumento de gracia, y algún moribundo cada día gracias a ese aumento de gracia pide perdón, se arrepiente y se salva, fijaos, ¡la cantidad de gente que se puede haber salvado gracias a mi oración!

Y, ¿qué oración hago para que se salven? ¿Cuándo hago esa oración? Yo la hago en la santa Misa. En el punto central de la Misa. En el momento de la consagración. En la elevación, cuando estoy elevando la Sagrada Forma, y cuando estoy elevando la sangre de Cristo en el cáliz, yo digo esto: «Señor mío y Dios mío: que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la de todos los que van a morir hoy. Amén».

«Señor mío y Dios mío» que es un acto de fe evangélico. Lo dijo Santo Tomás. Además es una devoción muy española y muy popular. Siempre nos han enseñado de pequeños que en la elevación digamos mirando a la Sagrada Forma y mirando al cáliz: «Señor mío y Dios mío». Después de este acto de fe tan bonito, tan español y tan evangélico «Señor mío y Dios mío», añado: «que tu santa redención» que se está repitiendo en la misa. El sacrificio de la misa es la repetición de la muerte de Cristo en la cruz.

Sigo: «...que tu santa redención consiga mi salvación eterna». Todos podemos tener un mal cuarto de hora. ¡Dios nos tenga de su mano! Hay que ser humildes y reconocer nuestra fragilidad. Tendría poca gracia que ayudemos a otros a morir, y nos condenemos nosotros: «triste cosa será, pero posible». Termino: «...que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la de todos los que van a morir hoy Amén».

Esto lo digo todos los días en la Santa Misa, mientras tengo la Sagrada Forma en mis manos, y mientras tengo el cáliz. Dice San Alfonso María de Ligorio que quien pide su salvación, se salva. Por mi salvación y por la de los demás. Hoy por los de hoy, mañana por los de mañana y pasado por los de pasado.

Evidente, que mi oración conseguirá que alguno, que iba a morir en pecado, porque la gracia que tenía no le bastaba, con el aumento de gracia que yo le consigo pida perdón y se salve. Qué fenomenal obra de caridad con ese moribundo que se iba a condenar y gracias a mí se ha salvado. Y cuando él en el cielo sepa que se salvó gracias a mí, porque he pedido por él, y le he conseguido un aumento de gracia, ¡fijaos el ejército de amigos que tendremos en el cielo pidiendo a Dios e interesándose por nuestras cosas!

Por eso digo, qué eficaz obra de caridad, qué fenomenal obra de apostolado, pedir cada día por todos los que van a morir hoy. No hay duda que alguno se aprovechará de ese aumento de gracia que le hemos conseguido con nuestra oración.

Segundo: ayudar a los difuntos.
Para ayudar a los difuntos la Iglesia tiene el tesoro de las indulgencias. Es un tesoro espiritual que tiene la Iglesia. A mí me da pena cuando veo católicos que menosprecian las indulgencias. Prescinden de las indulgencias. Como si no existieran. Es despreciar un capitalazo espiritual.

Yo digo una cosa: si la Iglesia legisla sobre las indulgencias, es porque son una realidad. La Iglesia no nos va a engañar. Cuando la Iglesia dispone, reforma y aplica las indulgencias, es porque esto es una realidad. No vamos a pensar que la Iglesia nos está engañando, y nos habla de una cosa que es pura imaginación. Y la Iglesia legisla sobre las indulgencias.

Acaba de hacer una reforma de las indulgencias. En esta reforma de las indulgencias que ha hecho la Iglesia, ha quitado aquello que decíamos antes: «Trescientos días de indulgencia», «Siete años de indulgencia». Aquello lo ha quitado porque se prestaba a confusiones. La gente se creía que esos trescientos días eran trescientos días de purgatorio. Realmente no era eso. Era otra cosa más complicada. Prescindo. No digo lo que había antes, que lo han reformado, sino lo que hay ahora.

Hoy la Iglesia ha dejado dos tipos de indulgencia: indulgencia parcial, indulgencia plenaria. Y nada más. ¿Qué es indulgencia parcial? Lo voy a explicar de modo que me entendáis, no con las palabras teológicas y técnicas.

Indulgencia parcial significa que la Iglesia me duplica mi mérito. Lo multiplica por dos. Si yo doy un beso a una medalla, ese beso vale según mi fervor. Si yo doy un beso muy frío, vale mucho menos que si doy un beso fervoroso. Entonces el valor de mi beso a la medalla, a la estampa, al crucifijo, a la Virgen, el valor de mi beso en orden a la vida eterna, depende de mi fervor. Si este objeto está indulgenciado con indulgencia parcial, se merece el doble. El fervor que yo pongo, se multiplica por dos. Ésa es la indulgencia parcial.

¿Y qué es indulgencia plenaria? Indulgencia plenaria es que suprime el purgatorio. Si la gana un moribundo no pasa por el purgatorio. Si la aplicamos a uno que está en el purgatorio, sale del purgatorio.

Primero, hay que decirlo, porque no todo el mundo lo sabe, el purgatorio es dogma de fe. La existencia del purgatorio es dogma de fe. La gente se cree que el purgatorio es lo mismo que el limbo. ¡No señor! El limbo no es dogma de fe y el purgatorio, sí. Está definido en los Concilios de Lyón y de Florencia.

San Pablo habla de que podemos ayudar a los difuntos. Pues si podemos ayudar a los difuntos, es a los del purgatorio. Los que están en el cielo, no necesitan ayuda. Y a los que están en el infierno, no les sirve de nada. Por lo tanto, si podemos ayudar a los difuntos, es a los que están en el purgatorio. El purgatorio es dogma de fe.

El alma que está en el purgatorio, sufre mucho; pero no le sirve a sí misma. No puede merecer para sí. El tiempo de mérito es la Tierra. En la vida terrena podemos merecer, para bien o para mal. Pero una vez que se acaba la vida, con la muerte, ya no se merece más. En el purgatorio, no se puede merecer. Pero nosotros podemos merecer para ellos. Les podemos aplicar una indulgencia plenaria. ¿Qué significa que yo gane para ellos una indulgencia plenaria? Que la saco del purgatorio.

Voy a explicar esto un poco más, en plan popular. Me gusta siempre buscar ejemplos que se entiendan. ¿Qué es eso de la indulgencia plenaria? Con la indulgencia plenaria se te quitan las cicatrices que dejaron en tu alma los pecados cometidos. Tú cometes un pecado mortal, y es una herida mortal. Esa herida mata tu alma. Si no te arrepientes, te condenas. Si te confiesas del pecado mortal, y se te cura la herida, ya no te condenas. Te han cerrado la herida, te han curado la herida; pero te han dejado una cicatriz. Los pecados perdonados dejan cicatrices, y de esas cicatrices te purificas en el purgatorio, antes de entrar en el cielo; porque en el cielo no puedes entrar con el rostro lleno de cicatrices. En el cielo hay que entrar presentable.

Os voy a contar una anécdota. Conozco yo a una señora, muy elegante. Tuvo un accidente de coche y se hizo una tremenda cicatriz en la cara, que la afeaba enormemente. Y yo no sé qué tratamiento de belleza, qué masaje eléctrico, yo no sé cómo se las arregló, que hoy no tiene cicatriz. Yo, porque lo sé, veo la cicatriz. Pero sólo le queda una leve línea. Se ha sometido a un tratamiento de belleza, y le han quitado la cicatriz. Y ahora ha recuperado la belleza que tenía antes.

Eso es el purgatorio: un tratamiento de belleza para el alma. Ese alma que está llena de cicatrices por todos los pecados mortales perdonados, pero que han dejado cicatrices. En el purgatorio, se purifican las cicatrices, se limpian las cicatrices, desaparecen las cicatrices. Y ya puedes entrar en el cielo presentable, que es cómo hay que entrar en el cielo.

Pues esta indulgencia plenaria, yo la puedo ganar o para mí, o para otro. ¿La puedo ganar para mí? Sí señor. Pero hay un problema. Para que yo gane una indulgencia plenaria para mí, tengo que tener total aborrecimiento de todo desorden. Porque si yo tengo un afecto desordenado, ya estoy mereciendo el purgatorio. Quizás, no infierno; pero por lo menos purgatorio. Porque tengo un afecto desordenado. Si yo tengo un afecto desordenado, no gano la indulgencia plenaria para mí.

Pero si yo aplico a otro una indulgencia plenaria, no importa que yo tenga un afecto desordenado. Si yo tengo un afecto desordenado, ya lo pagaré en el purgatorio. Pero, ¿qué culpa tiene el otro? Yo puedo ganar una indulgencia plenaria y aplicársela a otro. Es mucho más fácil ganar la indulgencia plenaria para otro, que para uno mismo. Para uno mismo es mucho más difícil. Pero para otro, facilísimo. Basta con hacer la obra indulgenciada y poner las condiciones.

En la reforma de indulgencias han quitado las indulgencias plenarias diarias, que había muchas, y han dejado cuatro. Nada más que cuatro. Que son: rezar el rosario en común o delante del Sagrario; media hora de oración delante del Santísimo; media hora de lectura de Biblia; y hacer el Vía-Crucis. Cualquiera de estas cuatro cosas tiene indulgencia plenaria cada día.

Una de las reformas es que sólo se puede ganar una indulgencia plenaria al día. Antes había las «Toties quoties» como la Porciúncula: que podías ganar un montón de indulgencias plenarias en un día. Ahora no. La Iglesia ha decidido dejar una sola plenaria al día. El Vía-Crucis, que es lo que yo hago todos los días, es rapidísimo de hacer. Yo no sé si tardo cinco minutos. No tardo más. En el Vía-Crucis no hay que pararse en las catorce estaciones. Ni rezar una cosa en cada estación. Basta recorrer las estaciones pensando en la Pasión. Y en una capilla pequeña, como la que tenemos los jesuitas en nuestras casas, la capilla la recorro en cinco minutos. En cinco minutos recorro, meditando en la Pasión, las estaciones del Vía-Crucis. Muy sencillo. Y gano la indulgencia plenaria.

Hacer la obra indulgenciada y después, ¿qué condiciones? Pues hay que confesar los ocho días antes o los ocho días después. Si confieso cada quince días, vale. Una comunión por cada indulgencia plenaria. Si comulgo todos los días, vale. Hay que rezar algo por el Papa. Un padrenuestro por las intenciones del Papa, que lo rezamos siempre, después del rosario o después del Vía-Crucis.

Fijaos que las condiciones no pueden ser más sencillas. Si yo todos los días hago un acto que tenga indulgencia plenaria, yo puedo sacar un alma del purgatorio cada día. Fijaos si esto no es fenomenal. Basta que me preocupe de rezar el rosario delante del Santísimo o en común; media hora de oración delante del Santísimo, que lo hacen montones de personas; leer la Biblia durante media hora o el Vía-Crucis. Con que te preocupes un poquitín, puedes sacar del purgatorio un alma al día.

Fijaos si esto no es una obra de caridad impresionante. Y después lo que significa tener en el cielo ese ejército de amigos que saben que tú los sacaste del purgatorio. Fíjate cómo estarán pidiendo a Dios por tus necesidades. Esto que digo, de preocuparse de las almas del purgatorio, me parece interesantísimo, por lo que tiene de caridad. Podemos aplicarla a un ser querido; pero también podemos dejarla en manos de Dios y de la Virgen para que las apliquen a las almas más necesitadas del purgatorio.

Hay una cosa que se llama «El voto de ánimas» que lo llaman «acto heroico de caridad». Yo, sinceramente, pienso que de heroicidad nada.

¿En qué consiste el voto de ánimas? No es voto, se llama así, pero no obliga bajo pecado. Y puede uno rectificarlo cuando quiera. Pero se llama «voto de ánimas». ¿Qué significa el voto de ánimas? Significa que yo renuncio a todos los méritos renunciables, porque hay méritos que son irrenunciables. En mis buenas obras, yo tengo méritos que son intransferibles. Pero hay otros méritos que yo puedo renunciar. Pues yo renuncio a todos los méritos que yo pueda renunciar, y los pongo en manos del Señor y de la Virgen, para que ellos los distribuyan entre las almas del purgatorio más necesitadas. Que ellos distribuyan como quieran los méritos míos.

Se llama «acto heroico de caridad», por lo que yo renuncio en favor de las almas del purgatorio. Pero yo digo: esto de heroico nada. Porque si dice Cristo: «Los misericordiosos alcanzarán misericordia», y si por hacer yo este acto de misericordia, después voy a tener la misericordia de Dios para conmigo, ¿qué más quiero? Soy yo el que salgo ganando, haciendo un acto de misericordia. Porque Dios después tendrá misericordia conmigo.

Si yo renuncio a ese tesoro espiritual mío, que he ganado con mis buenas obras, si con esa pequeña renuncia de mis pobres obras, logro ayudar a tantas almas que suban a la gloria, y después se interesan por mí, decidme si no es fenomenal tener en el cielo ese ejército de amigos míos, que saben que yo les ayudé a entrar en la gloria. Lo que se van a preocupar por mí.

Por eso decía el Padre Eduardo Fernández Regatillo, S.I., que era un teólogo de gran notoriedad: «Muchas personas de gran categoría espiritual y teológica, han hecho el voto de ánimas». Basta que un día en la misa se haga este ofrecimiento: «Señor, te ofrezco todo lo que yo pueda renunciar, en beneficio de las almas del purgatorio». ¡Los misericordiosos alcanzarán misericordia!

A ver si os animáis a ayudar a los moribundos y a las almas del purgatorio. Que vosotros saldréis ganando. Y ellos también. Muchas gracias.
Padre Jorge Loring

FALLECIÓ ANIBAL LOPEZ


CONSIDERADO EL SUCESOR DE TITO PUENTE
Hoy día falleció uno de los mejores timbaleros peruanos y del mundo...

LA SALSA DE DUELO

¡Dale Señor el descanso eterno... y que brille para él la luz perpetua!

LA HORA MATUTINA


Muchísimos encontramos que el tiempo matutino es una hora de apurarse.

Varios miembros de la familia corren en distintas direcciones con diferentes necesidades horarios. A uno se le perdió una media, el otro no puede encontrar las tareas escolares que hizo anoche. Otro necesita que el empaquen el almuerzo.

Uno se va dando un beso, otro dando un grito y otro necesita una palabra de aliento para abrir los ojos mientras sale dando traspiés por la puerta.

En profundo contraste se encuentra el viejo adagio que dice que todos necesitamos un tiempo de quietud, en la mañana para centrarnos y renovar nuestra relación con nuestro Padre celestial. Quizá para ti sacar ese tiempo sea el desafío supremo del día, pero vale la pena el esfuerzo su peso en oro, como Bruce Fogarty lo dijera con tanto acierto:

La hora matutina.
§ A solas con Dios, en quietud, de los cuidados terrenales me siento libre; nuevas fuerzas pido para cada día mientras allí con Dios me detengo a orar.
§ A solas con Dios, mis pecados confieso, Él me habla con misericordia, soy bendecido.
§ Sé lo que es el beso del perdón gratuito, hablo con Dios y Él conmigo.
§ A solas con Dios, mi visión se aclara veo mi culpa, los años perdidos ruego por gracias para caminar como Él quiere y vivir para Él de día en día.
§ A solas con Dios sin pecado que se interponga su bello rostro con gran claridad veo; mi culpa ya se ha ido; mi corazón descansa Con Cristo, mi Señor, mi alma es bendecida.
§ Señor, guarda mi vida solo para ti; líbrame, Señor, del pecado y del egoísmo. Y cuando ya no camine más por este mundo la gente dirá: Él camino a solas con Dios.

Salmo 46:10 - Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.

UN ESTUDIO SEÑALA QUE EL SIGLO XXI SERÁ EL DE LAS RELIGIONES


SEGÚN EL ATLAS DEL CRISTIANISMO GLOBAL

En el 2050 los cristianos en el mundo serán 3.200 millones y los musulmanes crecerán hasta los 2.500 millones. El ateísmo caerá un 3 por ciento.

Así lo corrobora el Atlas del Cristianismo Global, editado recientemente por la Edinburgh University Press. Se trata de un monumental trabajo de investigación promovido por la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo que se desarrolla en Escocia para conmemorar el centenario del primer gran encuentro misionero interconfesional de 1910. El volumen, compuesto por 340 páginas de mapas, gráficos, tablas y ensayos, es el fruto del trabajo de un grupo de investigadores coordinados por el sociólogo americano Todd Johnson y por el teólogo escocés Kenneth Ross, casi una fotografía en tiempo real de las religiones en el mundo.

Las religiones, hoy.
Según el Atlas, el cristianismo es profesado hoy por el 3,2 por ciento de la población mundial, una cuota que lo sitúa en el primer puesto entre las religiones. El dato interesante es que se trata, grosso modo, del mismo porcentaje que arrojaba el año 1910. Gracias a la gran obra de los misioneros en el siglo XX, hoy existe al menos una pequeña comunidad de cristianos prácticamente en todos los países del mundo. Pero el amplio crecimiento de los cristianos en el sur del mundo ha sido equilibrada por la caída en los países de antigua raíz cristiana, con el resultado de que –exactamente como hace un siglo– dos tercios de la humanidad siguen siendo no cristianos. En cuanto a las demás religiones, los musulmanes son el 22,4 por ciento de la población mundial (en 1910 eran el 12,6 por ciento), los hindúes el 13,7 por ciento, los agnósticos el 9,3 por ciento, los budistas el 6,8 por ciento, los fieles de las religiones tradicionales chinas eran el 6,6 por ciento y los judíos apenas el 0,2 por ciento.

Proyecciones para 2050.
Con todos los datos recogidos, el Atlas se atreve con una previsión para el año 2050. Estimando una población de cerca de 9.200 millones de personas (2 millones y medio más que hoy), dentro de 40 años los cristianos serán 3.200 millones, es decir, el 35 por ciento del mundo. Pero el verdadero salto adelante lo dará el islam, que con casi 2.500 millones de fieles alcanzará el 27 por ciento de la población mundial. Otra proyección interesante es la caída del agnosticismo, que pasaría del 9,3 al 6,1 por ciento, con una caída de no creyentes también en valor absoluto que confirma que el siglo XXI será el «siglo de las religiones».

Entre los cristianos, el catolicismo sigue siendo el grupo mayoritario, pero el hecho verdaderamente novedoso es el crecimiento de las las «Iglesias independientes», aquellos grupos donde las diferencias llegan a tocar nudos centrales como la naturaleza de Jesucristo o la existencia de la Trinidad: el ejemplo más cercano a nosotros es el de los Testigos de Jehová. En su conjunto, estos movimientos del mundo representan el 1,15 por ciento de todos los que afirman creer en Jesucristo.
Mar Velasco/La Razón

DIOS ¿CON QUIÉN ESTÁ?


Son muchos los que piensan que Dios está con él, porque simplemente se creen que son buenos.

Ellos dicen: Señor: Soy bueno, miro a mi alrededor y solo veo personas que te ofenden, yo por el contrario, no te ofendo, no robo, ni mato, si incurro en el sexto mandamiento enseguida me confieso, yo voy a misa los domingos. ¡Que más se me puede pedir! Pues es mucho más lo que se te puede pedir. La realidad es que esta clase de personas, se engañan, nos engañan o al menos engaña a muchos. El ser buenos no basta para vivir en la gracia de Dios, hace falta mucho más. Dios es un Ser absorbente que lo quiere todo y no admite compartir nada y menos el amor de los humanos. Conozco varias personas de una bondad innata, de tal naturaleza, que yo sepa nunca han causado mal a nadie, pero no vibran ante la posibilidad de amar al Señor, su propia bondad de la que ellos son conscientes, les hace creer que con eso basta. Cumplen los mandamientos, todos los domingos y fiestas de guardar están en misa y si en algo quebrantan algún mandamiento, generalmente el sexto entre ellos y la falta de caridad por el chismorreo entre ellas, se confiesan, rezan la penitencia y asunto concluido, hasta la próxima, en que se reiterarán las mismas faltas y pecados. Y uno se pregunta: ¿Es esto suficiente?, ¿Dónde se encuentra en estas conductas el amor al Señor?

Tengamos presente que la bondad innata en determinadas personas, no es un mérito de ellas, sino un don de Dios. Por el contrario hay otro tipo de personas, que luchan denodadamente contra su propias malas ideas, que continuamente caen y rompen su amistad con Dios, pero que a su vez le aman con todo su corazón y ese amor les conduce a ser humildes acudiendo al confesionario. San Agustín manifestaba que: Dios mira con más agrado acciones malas a las que acompaña la humildad, que obras buenas inficionadas de soberbia. Y San Gregorio de Nicea aseguraba que: Un carro lleno de buenas obras, guiado por la soberbia, conduce al infierno; un carro lleno de pecados guiados por la humildad lleva al Paraíso.

En la antigüedad, era muy importante saber que Dios estaba con el pueblo que combatía, porque ello presuponía la victoria frente al enemigo. Así la Biblia nos habla de un triunfante Josué, sucesor de Moisés, que paró el decurso del sol en Gabaón y derrotó a todos los pueblos cananeos, adquiriendo para el pueblo elegido, la tierra que Dios le había prometido. Y ello fue así, en las sucesivos combates y guerras que Israel mantuvo frente a sus enemigos, que eran muchas veces superiores en número y armamento, tal como es la victoria de Gedeón frente a los madianitas, pero esto no importaba Yahvé estaba con su pueblo y él siempre salía victorioso. Cuando Israel no era fiel a Yahvé, la derrota estaba asegurada. El A.T nos da fe de estas victorias y de estas derrotas. Los salmos muchas veces, son bellos cantos a la fuerza del brazo de Yahvé.

Más adelante a finales del siglo IV, el Señor pone su brazo al servicio de Constantino y este en sueños, ve una cruz en un lábaro romano con la inscripción Con este signo vencerás”. Constantino pone la cruz en los lábaros romanos, y al día siguiente en la batalla del puente Milvio, Constantino derrota a Majencio y a partir de ese momento, surge el Edicto de Milán y el cristianismo se impone legalmente frente al paganismo en todo el imperio romano.

En la Edad media y en todas las sucesivas confrontaciones históricas, las fuerzas de uno y otro bando apoyaban su espíritu de triunfo en la ayuda del Señor. No dudaban de la justicia de su causa y ello era razón suficiente para tener la seguridad de que Dios estaba con ellos. Cuando era niño había una cosa que me llamaba la atención, y era la invocación reciproca que las partes contendientes hacían de Dios, en la segunda guerra mundial. Así por ejemplo los soldados alemanes, llevaban en la hebilla de su cinturón una inscripción que decía: Dios está con nosotrosy el lema oficial de los norteamericanos, decía y dice: En Dios nosotros confiamos”. Para mí dada mi corta edad y falta de juicio y conocimientos aquello era una contradicción.

Se cuenta la anécdota, de que en la guerra de secesión norteamericana, unos periodistas, en las vísperas de una importante batalla, le preguntaron a Abraham Lincoln, si Dios estaba de su parte. Respondió Abraham Lincoln: La cuestión, es saber si yo estoy de la parte de Dios. ¡He aquí la cuestión! Podemos estar absolutamente seguros de que vivimos en gracia divina, que el Espíritu Santo mora en nuestro interior. El Señor nos dejó dicho:Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada (Jn 14,23). Por lo tanto lo primero de todo, si, queremos saber si Dios trino inhabita en nuestra alma, es amar y como el amor nunca tiene límite alguno, cuanto más amemos más seguro estaremos de que Dios está con nosotros. Y está siempre más con nosotros, cuanto mayor sea el amor que le demostremos.

Disponemos de un barómetro para saber hasta qué punto amamos a Dios, y ello está relacionado naturalmente con nuestra conducta humana y el trabajo que realicemos. El Señor, nos dejó dicho: Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). En la glosa del 12 de junio de este año, hacía un análisis sobre la perfección humana y su relación con nuestra función o trabajo humano y a tal efecto escribía: Tanto en el orden espiritual como en el material, no es más perfecto el que mejor se comporta, sino el que más ama. Y si queremos amar de verdad al Señor, tenemos que tener en cuenta, tal como Él nos manifiesta, que más le ama el que más y mejor cumple sus mandamientos y aquí hay un mandamiento muy esencial que nos dice que seamos perfectos.

La perfección humana tiene dos vertientes, que el hombre ha de alcanzar para cumplimentar el mandato divino. La demanda que Dios nos hace deSer perfectos”, no se limita al orden espiritual, sino también alcanza al orden material, No solo es necesario adquirir la perfección, en el orden espiritual, sino también en el material. Hemos de esforzarnos en adquirir esa doble perfección, pues ambas se encuentran entrelazadas, ya que difícilmente podremos alcanzar una perfección del espíritu, si en el orden material, somos unos vagos e indolentes que todo lo que hemos de hacer, lo hacemos mal, imperfectamente y a desgana, en otras palabras no ponemos amor si no ponemos interés en nuestros cometidos, trabajos, labores y obligaciones. Desde luego que el no ser perfectos en nuestras funciones o trabajos materiales, no es del agrado del Señor, y es una muestra de falta de amor a Él.

El principio básico en esta materia nos dice que: Somos más perfectos en cuento más amamos. Y a Dios, también se le ama cumpliendo con exactitud, rigor, entusiasmo y alegría, nuestras obligaciones laborales y más le demostraremos que le amamos, en cuanto más perfectamente desarrollemos nuestras funciones y trabajos laborales. Jocosamente Santa Teresa de Jesús decía, que Dios también se encuentra entre las ollas y las sartenes en la cocina.

Terminaba esta glosa señalando la necesidad de que para amar, es necesario ser perfecto, y la perfección espiritual, comienza adquiriéndose la perfección material en los trabajos, funciones o labores que tengamos que realizar.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

PRIMEROS MÁRTIRES DE LA SANTA IGLESIA ROMANA, SANTOS - 30 DE JUNIO


Mártires de la persecución de Nerón luego del incendio de Roma.

La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64.

¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los Annales: Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos.

En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... Los paganos - recordará más tarde Tertuliano - atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.

Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio.

Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. Entonces - sigue diciendo Tácito - se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.

Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las Acque Galvie y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia.
Autor: P. Ángel Amo

LO QUE CRISTO QUIERE SER PARA TI...


Tengo a Dios en medio de mi corazón... ¡Todo está arreglado; adiós tristeza, adiós soledad, adiós lágrimas!

Te invito a abrir el Evangelio y a descubrir eso que Cristo quiere ser para tí...

El quiere ser amigo, un amigo sincero de sus vidas (Jn.15,14)
“¿No ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” Así hablaban Cleofás y su amigo de su encuentro con Jesús. Así hablan los que experimentan su amistad. Su corazón arde.

Nosotros buscamos estima. Nadie nos estima como Él.
Buscamos aplausos. Nadie nos aplaude como Él.
Buscamos afecto. Nadie nos ama ni nos amará como Él.

Pero es un amor que nos eleva, nos hace sufrir, según el dicho: Quien bien te quiere te hará llorar”. Porque no exigir de la persona amada que sea lo mejor, sería indiferencia, lo contrario del amor. Como el amor de Cristo a nosotros es muy sincero no puede permitir que seamos mediocres. Tu amor no me permite ser un mediocre.

Él quiere ser tu compañero, un compañero de camino, como quiso serlo, para llenarles de optimismo, de aquellos discípulos atormentados y desanimados de Emaús (Lc. 24,13-35)
No es lo mismo trabajar por Él que trabajar con Él. Tenemos que hacer el apostolado juntos: Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo...” Nos da, además, la compañía de su Madre: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”; palabras dichas por la Virgen a Juan Diego.A veces nos empeñamos en caminar solos por la vida, como huérfanos tristes...

Él quiere ser vida, tu vida, como lo fue para aquel joven muerto de Naín o para aquel corazón también muerto por la ambición de Zaqueo (Lc. 19, 1-10)
Vida es entusiasmo, felicidad, ideal, triunfo, satisfacción, juventud perenne. Jesucristo dice tener todo esto y quiere comunicarlo. Si conocieras... pedirías, y Él te daría agua viva, le dijo a la Samaritana.

Cuantos jóvenes envejecidos prematuramente por el vicio, con el alma lacerada por el hastío, por el desengaño, la frustración o el aburrimiento; su vida ha perdido la brújula, ¿para qué y por qué vivir? No tienen respuesta. De aquí al suicidio no hay sino un paso lógico, que muchos, por desgracia, dan. Y todo porque no conocen ni tienen a Cristo.

Él quiere ser camino, tu camino, para ti que tanteas en las tinieblas anhelando una salida a tus ansias de felicidad (Jn.14,5)
Todos queremos ser alguien, realizarnos, valer para algo, realizar grandes cosas, ser líderes.

¿Cómo lograrlo? La Santísima Virgen nos da la solución en las bodas de Caná: Haced lo que Él os diga”. La solución consistió en que en que en una boda en la que faltaba el vino se sirvió el mejor vino del mundo.

Él quiere ser verdad, tu verdad por la que luches y vivas.
La verdad de la vida y de las cosas, el sentido y razón y felicidad de tu vida. Mi vida tiene una verdad; voy rumbo al puerto, mi vida tiene esperanza, tiene frutos realizaciones, tiene plenitud con Cristo.

Él quiere ser resurrección, tu resurrección, es decir, tu esperanza, tu anhelo de una vida sin fin.
Resurrección de todas las ilusiones muertas o moribundas, también de las ilusiones humanas, intelectuales. Resurrección de las grandes ideales y metas de la vida.

Él quiere ser alegría, la fuente de tu felicidad.
La tristeza no es cristiana. La amargura y el desaliento tienen otro dueño. Mi tristeza y amargura son la cadena que me tiene amarrado al demonio.

A Cristo le gusta abrir jaulas, quitar cadenas, abrir puertas de cárceles, tender puentes en el abismo.. He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir...” ¡A qué poco sabe el mosto, la cerveza... al lado de Cristo!"

Él quiere ser amor, ese amor que inunde de plenitud tu existencia.
El deseo más fuerte del hombre es amar y ser amado. En el cielo este anhelo se transforma en éxtasis. Por la calle y por la vida pasan amores que nos acalambran por un rato...amores que engañan, que prometen felicidad total, y nos dejan con unos pétalos marchitos en las manos. Cristo es el Amor eterno, que te ama desde siempre y para siempre y te hace plenamente feliz, si tú quieres.

Él quiere ser roca, la roca en donde tu debilidad encuentre fortaleza y optimismo. (Mc, 4, 35-41)
Rompeolas, roca de cimiento, muralla que defiende. Esto significa sentir seguridad, valor, certeza, fuerza, ímpetu juvenil, audacia, pasión por la misión y por la vida.

Él quiere ser paz, paz para tu corazán a veces atribulado y a veces probado por el dolor y el sufrimiento.
Quiere que luches, pero con paz interior. “¡Aquí me sorprende el recuerdo de la realidad más radiante que vivimos los cristianos. Tengo a Dios en medio de mi corazón...¡ Todo está arreglado; adiós tristeza, adiós soledad, adiós lágrimas! ¡Lo tengo todo! El está conmigo, Él me consuela, Él me sanará...”

La vida del alma, minuto a minuto es siempre bella, preciosa y emocionante, cualquiera que sea la condición del cuerpo. Ningún precio es suficiente para pagar la intimidad con Cristo”.

Santa Teresa de Jesús: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada la falta. Sólo Dios basta.

Él quiere ser pan”, pan que fortalezca tu espíritu en tus luchas y desgastes. Pan espiritual que me da la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna...”

Pan de la ilusión y el entusiasmo por los grandes ideales.
Pan de la victoria y de los resultados.
Pan de la perseverancia.
Pan para repartir a los hambrientos
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Él quiere ser perdón, para consolarte en tus caídas y debilidades.
Un perdón eterno, de todo y de siempre. Mucho me tiene que querer el que me ha perdonado tanto. El que siempre nos soporta y nos perdona, olvidando nuestras pequeñas o tremendas ofensas a su amor.

Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen. Si algo le salió del corazón fue esta petición a su Padre. El Padre le respondió: "Hijo mío, porque Tú me lo pides, y me lo pides así, los perdono”.
Autor: P. Mariano de Blas LC

LA PÉRDIDA DE LA CONFESIÓN


Donde el sacerdote ya no es confesor, se convierte en un trabajador social religioso. Le falta, de hecho, la experiencia del éxito pastoral más grande.

Ciertamente no trataré de brindar una nueva exposición sobre la teología de la penitencia y de la misión. Pero quisiera dejarme guiar por el Evangelio hacia la conversión, para luego ser enviados por el Espíritu Santo a llevar a los hombres la buena noticia de Cristo, dijo a los sacerdotes que peregrinaron a Roma con motivo del fin del Año Sacerdotal.

En este camino, quisiera ahora recorrer 15 puntos de reflexión.
1. Debemos convertirnos nuevamente en una Iglesia en camino a los hombres (Geh-hin-Kirche), como le gustaba decir a mi predecesor, el entonces Arzobispo de Colonia, el cardenal Joseph Höffner. Esto, sin embargo, no puede ocurrir por un mandato. A esto nos debe mover el Espíritu Santo.

Una de las pérdidas más trágicas que nuestra Iglesia ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX es la pérdida del Espíritu Santo en el sacramento de la Reconciliación. Para nosotros, los sacerdotes, esto ha causado una tremenda pérdida de perfil interior. Cuando los fieles cristianos me preguntan: “¿Cómo podemos ayudar a nuestros sacerdotes?”, entonces siempre respondo: “¡Id a confesaros con ellos!”. Allí donde el sacerdote ya no es confesor, se convierte en un trabajador social religioso. Le falta, de hecho, la experiencia del éxito pastoral más grande, es decir, cuando puede colaborar para que un pecador, también gracias a su ayuda, deje el confesionario siendo nuevamente una persona santificada. En el confesionario, el sacerdote puede echar una mirada al corazón de muchas personas y de esto le surgen impulsos, estímulos e inspiraciones para el propio seguimiento de Cristo.

2. A las puertas de Damasco, un pequeño hombre enfermo, san Pablo, es tirado al suelo y queda ciego. En la segunda Carta a los Corintios, él mismo nos habla de la impresión que sus adversarios tenían de su persona: era físicamente insignificante y de retórica débil (cfr. 2 Cor 10,10). A las ciudades del Asia Menor y de Europa, sin embargo, a través de este pequeño hombre enfermo, será anunciado, en los años venideros, el Evangelio. Las maravillas de Dios no ocurren nunca bajo los reflectoresde la historia mundial. Estas se realizan siempre a un lado; precisamente, a las puertas de la ciudad como también en el secreto del confesionario. Esto debe ser para todos nosotros un gran consuelo, para nosotros que tenemos grandes responsabilidades pero, al mismo tiempo, somos conscientes de nuestras, a menudo limitadas, posibilidades. Forma parte de la estrategia de Dios: obtener, mediante pequeñas causas, efectos de grandes dimensiones. Pablo, derrotado a las puertas de Damasco, se convierte en el conquistador de las ciudades del Asia Menor y de Europa. Su misión es la de reunir a los llamados en la Iglesia, dentro de la Ecclesia de Dios. Aún si —vista desde fuera— es sólo una pequeña y oprimida minoría, es impulsada desde dentro, y Pablo la compara al cuerpo de Cristo, más aún, la identifica con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Esta posibilidad de recibir de las manos del Señor, en nuestra experiencia humana, se llama conversión. La Iglesia es la Ecclesia semper reformanda y, en ella, tanto el sacerdote como el obispo son un semper reformandus que, como Pablo en Damasco, deben ser tirados a tierra desde el caballo siempre de nuevo para caer en los brazos de Dios misericordioso, que luego nos envía al mundo.

3. Por eso no es suficiente que en nuestro trabajo pastoral queramos aportar correcciones sólo a las estructuras de nuestra Iglesia para poder mostrarla más atractiva. ¡No basta! Tenemos necesidad de un cambio del corazón, de mi corazón. Sólo un Pablo convertido pudo cambiar el mundo, no un ingeniero de estructuras eclesiásticas. El sacerdote, a través de su ser en el estilo de vida de Jesús, está de tal modo habitado por Él que el mismo Jesús, en el sacerdote, se hace perceptible para los otros. En Juan 14, 23, leemos: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. ¡Esto no es sólo una bella imagen! Si el corazón del sacerdote ama a Dios y vive en la gracia, Dios uno y trino viene personalmente a habitar en el corazón del sacerdote. Ciertamente, Dios es omnipresente. Dios habita en todos lados. El mundo es como una gran iglesia de Dios, pero el corazón del sacerdote es como un tabernáculo en la iglesia. Allí, Dios habita de un modo misterioso y particular.

4. El mayor obstáculo para permitir que Cristo sea percibido por los otros a través nuestro es el pecado. Este impide la presencia del Señor en nuestra existencia y, por eso, para nosotros no hay nada más necesario que la conversión, también en orden a la misión. Se trata, por decirlo sintéticamente, del sacramento de la Penitencia. Un sacerdote que no se encuentra, con frecuencia, tanto de un lado como del otro de la rejilla del confesionario, sufre daños permanentes en su alma y en su misión. Aquí vemos ciertamente una de las principales causas de la múltiple crisis en la que el sacerdocio ha estado en los últimos cincuenta años. La gracia especialmente particular del sacerdocio es aquella por la que el sacerdote puede sentirse en su casa en ambos lados de la rejilla del confesionario: como penitente y como ministro del perdón. Cuando el sacerdote se aleja del confesionario, entra en una grave crisis de identidad. El sacramento de la Penitencia es el lugar privilegiado para la profundización de la identidad del sacerdote, el cual está llamado a hacer que él mismo y los creyentes se acerquen a la plenitud de Cristo.

En la oración sacerdotal, Jesús habla a los suyos y a nuestro Padre celestial de esta identidad: No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad (Jn. 17,15-17). En el sacramento de la Penitencia, se trata de la verdad en nosotros. ¿Cómo es posible que no nos guste enfrentar la verdad?

5. Ahora debemos preguntarnos: ¿no hemos experimentado todavía la alegría de reconocer un error, admitirlo y pedir perdón a quien hemos ofendido? “Me levantaré e iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti (Lc 15,18). ¿No conocemos la alegría de ver, entonces, cómo el Otro abre los brazos como el padre del hijo pródigo: “su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”? (Lc 15,20) ¿No podemos imaginar, entonces, la alegría del padre, que nos ha vuelto a encontrar: Y comenzó la fiesta”? (Lc 15,24) Si sabemos que esta fiesta es celebrada en el Cielo cada vez que nos convertimos, ¿por qué, entonces, no nos convertimos más frecuentemente? ¿Por qué y aquí hablo de un modo muy humano somos tan mezquinos con Dios y con los santos del Cielo al punto de dejarlos tan raramente celebrar una fiesta por el hecho de que nos hemos dejado abrazar por el corazón del Señor, del Padre?

6. A menudo no amamos este perdón explícito. Y, sin embargo, Dios nunca se muestra tanto como Dios como cuando perdona. ¡Dios es amor! ¡Él es el donarse en persona! Él da la gracia del perdón. Pero el amor más fuerte es aquel amor que supera el obstáculo principal al amor, es decir, el pecado. La gracia más grande es el ser perdonados (die Begnadigung), y el don más precioso es el darse (die Vergabung), es el perdón. Si no hubiese pecadores, que tuvieran más necesidad del perdón que del pan cotidiano, no podríamos conocer la profundidad del Corazón divino. El Señor lo subraya de modo explícito: Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse(Lc. 15,7). ¿Cómo es posible – preguntémonos una vez más – que un sacramento, que evoca tan gran alegría en el Cielo, suscita tanta antipatía sobre la tierra? Esto se debe a nuestra soberbia, a la constante tendencia de nuestro corazón a atrincherarse, a satisfacerse a sí mismo, a aislarse, a cerrarse sobre sí. En realidad, ¿qué preferimos?: ¿ser pecadores, a los que Dios perdona, o aparentar estar sin pecado, viviendo en la ilusión de presumirnos justos, dejando de lado la manifestación del amor de Dios? ¿Basta realmente con estar satisfechos de nosotros mismos? ¿Pero qué somos sin Dios? Sólo la humildad de un niño, como la han vivido los santos, nos deja soportar con alegría la diferencia entre nuestra indignidad y la magnificencia de Dios.

7. El fin de la confesión no es que nosotros, olvidando los pecados, no pensemos más en Dios. La confesión nos permite el acceso a una vida donde no se puede pensar en nada más que en Dios. Dios nos dice en el interior: La única razón por la que has pecado es porque no puedes creer que yo te amo lo suficiente, que estás realmente en mi corazón, que encuentras en mí la ternura de la que tienes necesidad, que me alegro por el mínimo gesto que me ofreces, como testimonio de tu consentimiento, para perdonarte todo aquello que me traes en la confesión. Sabiendo de tal perdón, de tal amor, entonces seremos inundados de alegría y de gratitud. De este modo, perderemos progresivamente el deseo del pecado, y el sacramento de la Reconciliación se convertirá en una cita fija de la alegría en nuestra vida. Ir a confesarse significa hacer un poco más cordial el amor a Dios, sentir, decir y experimentar eficazmente, una vez más – porque la confesión no es estímulo sólo desde el exterior -, que Dios nos ama; confesarse significa recomenzar a creer – y, al mismo tiempo, a descubrir – que hasta ahora nunca hemos confiado de modo suficientemente profundo y que, por eso, debemos pedir perdón. Frente a Jesús, nos sentimos pecadores, nos descubrimos pecadores, que hemos dejado de lado las expectativas del Señor. Confesarse significa dejarse elevar por el Señor a su nivel divino.

8. El hijo pródigo abandona la casa paterna porque se ha vuelto incrédulo. Ya no tiene confianza en el amor del Padre, que lo satisface, y exige su parte de herencia para resolver por sí sólo todo lo que a él concierne. Cuando se decide a volver y pedir perdón, su corazón está aún muerto. Cree que ya no será amado, que ya no será considerado hijo. Vuelve sólo para no morir de hambre. ¡Esto es lo que llamamos contrición imperfecta! Pero hacía tiempo que el padre lo esperaba. Hacía tiempo que no tenía pensamiento que le diera más alegría que el de creer que el hijo podría volver un día a casa. Tan pronto lo ve, corre al encuentro, lo abraza, no le da tiempo ni siquiera para terminar su confesión, y llama a los sirvientes para hacerlo vestir, alimentar y curar. Dado que se le muestra un amor tan grande, el hijo, en ese momento, comienza también a sentirlo nuevamente, dejándose colmar. Un arrepentimiento inesperado le sobreviene. Esta es la contrición perfecta. Sólo cuando el padre lo abraza, él mide toda su ingratitud, su insolencia y su injusticia. Sólo entonces retorna verdaderamente, se vuelve a convertir en hijo, abierto y confidente con el padre, reencuentra la vida: Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado(Lc. 15,32), dice el padre, al respecto, al hijo que había permanecido en la casa.

9. El hijo mayor, el justo, ha vivido un cambio similar - así, al menos, quisiéramos esperar que continúe la parábola. El caso de este hijo es, sin embargo, mucho más difícil. ¡No se puede decir que Dios ama a los pecadores más que a los justos! Una madre ama a su niño enfermo, al que dirige sus cuidados particulares, no más que a los niños sanos, a los que deja jugar solos, a los que expresa su amor - no ciertamente menor - pero de modo diverso. Mientras las personas rechazan reconocer y confesar los propios pecados, mientras siguen siendo pecadores orgullosos, Dios prefiere a los humildes pecadores.

Tiene paciencia con todos. El Padre tiene paciencia también con el hijo que se ha quedado en la casa. Le ruega y le habla con bondad: Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo (Lc. 15,31). El perdón de la insensibilidad del hijo mayor no es expresado aquí pero está implícito. ¡Qué grande debe ser la vergüenza del hijo mayor frente a tal clemencia! Había previsto todo pero no ciertamente esta humilde ternura del padre. De repente, se encuentra desarmado, confundido, copartícipe de la alegría común. Y se pregunta cómo pudo pensar en quedarse a un lado, cómo pudo, aunque por un solo instante, preferir ser infeliz solo mientras todos los otros se amaban y se perdonaban mutuamente. Afortunadamente, el padre está allí y lo trata a tiempo. Afortunadamente, ¡el padre no es como él! Afortunadamente, el padre es mucho mejor que todos los otros juntos. Sólo Dios puede perdonar los pecados. Sólo Él puede realizar este gesto de gracia, de alegría y de abundancia de amor. Por eso, el sacramento de la Penitencia es la fuente de permanente renovación y de revitalización de nuestra existencia sacerdotal.

10. Por eso, para mí, la madurez espiritual de un candidato al sacerdocio, para recibir la ordenación sacerdotal, se hace evidente en el hecho de que reciba regularmente - al menos, en la frecuencia de una vez al mes - el sacramento de la Reconciliación. De hecho, es en el sacramento de la Penitencia donde encuentro al Padre misericordioso con los dones más preciosos que ha de dar, y esto es el donarse (Vergabung), el perdón y la gracia. Pero cuando alguno, a causa de su falta de frecuencia de confesión, dice al Padre: “¡Ten para ti tus preciosos dones! Yo no tengo necesidad de ti y de tus dones, entonces deja de ser hijo porque se excluye de la paternidad de Dios, porque ya no quiere recibir sus preciosos dones. Y si ya no es más hijo del Padre celestial, entonces no puede convertirse en sacerdote, porque el sacerdote, a través del bautismo, es antes que nada hijo del Padre y, luego mediante la ordenación sacerdotal, es con Cristo, hijo con el Hijo. Sólo entonces podrá ser realmente hermano de los hombres.

11. El paso de la conversión a la misión puede mostrarse, en primer lugar, en el hecho de que yo paso de un lado al otro de la rejilla del confesionario, de la parte del penitente a la parte del confesor. La pérdida del sacramento de la Reconciliación es la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida del sacerdote. Y la así llamada crisis del sacramento de la Penitencia no se debe sólo a que la gente no vaya más a confesarse sino a que nosotros, sacerdotes, ya no estamos presentes en el confesionario. Un confesionario en que el está presente un sacerdote, en una iglesia vacía, es el símbolo más conmovedor de la paciencia de Dios que espera. Así es Dios. Él nos espera toda la vida. En mis treinta y cinco años de ministerio episcopal conozco ejemplos conmovedores de sacerdotes presentes cotidianamente en el confesionario, sin que viniera un penitente; hasta que, un día, el primer o la primera penitente, después de meses o años de espera, se hizo finalmente presente. De este modo, por así decir, se ha desbloqueado la situación. Desde ese momento, el confesionario empezó a ser muy frecuentado. Aquí el sacerdote está llamado a poner de su parte todos los trabajos exteriores de planificación de la pastoral de grupo para sumergirse en las necesidades personales de cada uno. Y aquí debe, sobre todo, escuchar más que hablar. Una herida purulenta en el cuerpo sólo puede sanar si puede sangrar hasta el final. El corazón herido del hombre puede sanar sólo si puede sangrar hasta el final, si puede desahogar todo. Y se puede desahogar sólo si hay alguien que escucha, en la absoluta discreción del sacramento de la Reconciliación. Para el confesor es importante, primero que nada, no hablar sino escuchar. ¡Cuántos impulsos interiores experimenta y recibe el sacerdote, precisamente en la administración del sacramento de la confesión, que le sirven para su seguimiento de Cristo! Aquí puede sentir y constatar cuánto más avanzados que él, en el seguimiento de Cristo, están los simples fieles católicos, hombres, mujeres y niños.

12. Si nos falta en gran parte este ámbito esencial del servicio sacerdotal, entonces caemos fácilmente en una mentalidad funcionalista o en el nivel de una mera técnica pastoral. Nuestro estar a ambos lados de la rejilla del confesionario nos lleva, a través de nuestro testimonio, a permitir que Cristo se haga perceptible para el pueblo. Para decirlo claramente, con un ejemplo negativo: quien entra en contacto con el material radioactivo, también él se vuelve radioactivo. Si luego se pone en contacto con otro, entonces también -éste quedará igualmente infectado por la radioactividad. Pero ahora volvamos al ejemplo positivo: aquellos que entran en contacto con Cristo, se vuelven Cristo-activos. Y si, entonces, el sacerdote, siendo Cristo-activo, se pone en contacto con otras personas, éstas ciertamente serán infectadas por su Cristo-actividad. Ésta es la misión, así como fue concebida y estuvo presente desde el comienzo del cristianismo. La gente se reunía en torno a la persona de Jesús para tocarlo, aunque sólo fuera el borde de su manto. Y quedaban sanados incluso cuando esto ocurría mientras Él estaba de espaldas: porque salía de él una fuerza que sanaba a todos(Lc. 6,19).13. Con nosotros, en cambio, con frecuencia las personas huyen, ya no buscan nuestra cercanía para entrar en contacto con nosotros. Por el contrario, como dije, se nos escapan. Para evitar que esto suceda, debemos plantearnos la pregunta: ¿con quién entran en contacto cuando se ponen en contacto conmigo? ¿Con Jesucristo, en su infinito amor por la humanidad, o bien con alguna privada opinión teológica o alguna queja sobre la situación de la Iglesia y del mundo? A través de nosotros, ¿entran en contacto con Jesucristo? Si este es el caso, entonces las personas tendrán vida. Hablarán entre ellas de tal sacerdote. Se expresarán sobre él con términos similares: Con él sí se puede hablar. Me entiende. Realmente puede ayudar”. Estoy profundamente convencido de que la gente tiene una profunda nostalgia de tales sacerdotes, en los cuales pueden encontrar auténticamente a Cristo, que los hace libres de todos los lazos y los vincula a su Persona.

14. Para poder perdonar realmente, tenemos necesidad de mucho amor. El único perdón que podemos conceder realmente es el que hemos recibido de Dios. Sólo si experimentamos al Padre misericordioso, podemos hacernos hermanos misericordiosos para los otros. Aquel que no perdona, no ama. Aquel que perdona poco, ama poco. Quien perdona mucho, ama mucho. Cuando dejamos el confesionario, que es el punto de partida de nuestra misión, tanto de un lado como del otro de la rejilla, entonces se quisiera abrazar a todos, para pedirles perdón y esto ocurre especialmente después de habernos confesado. Yo mismo he experimentado de forma tan gratificante el amor de Dios que perdona, como para poder solamente pedir con urgencia: “¡Acoge también tú su perdón! Toma una parte del mío, que ahora he recibido en sobreabundancia. ¡Y perdóname que te lo ofrezca tan mal!”. Con la confesión se vuelve dentro del mismo movimiento del amor de Dios y del amor fraterno, en la unión con Dios y con la Iglesia, del cual nos había excluido el pecado. Si Dios nos ha enseñado a amar de un modo nuevo, podemos y debemos amar a todos los hombres. Si no fuese así, sería un signo de que no nos hemos confesado bien y que, por lo tanto, deberíamos confesarnos de nuevo.

Probablemente, el más grande sacerdote confesor de nuestra Iglesia es el Santo Cura de Ars. Gracias a él tenemos el Año Sacerdotal y, por lo tanto, nuestro actual encuentro como sacerdotes y obispos con el Santo Padre aquí en Roma. Con este santo párroco he reflexionado sobre el misterio de la santa confesión ya que su ministerio cotidiano de la reconciliación, en el confesionario de Ars, ha hecho que se convirtiera en un gran misionero para el mundo. Se ha dicho que, como sacerdote confesor, ha vencido espiritualmente a la Revolución francesa. Lo que me ha inspirado este diálogo espiritual con Juan María Vianney, lo he dicho aquí. Sin embargo, me ha recordado también algo muy importante.

15. ¡Amamos a todos, perdonamos a todos! ¡Hay que prestar atención, sin embargo, a no olvidar a una persona! Existe un ser, de hecho, que nos desilusiona y nos pesa, un ser con el que estamos constantemente insatisfechos. Y somos nosotros mismos. Con frecuencia tenemos bastante de nosotros. Estamos hartos de nuestra mediocridad y cansados de nuestra misma monotonía. Vivimos en un estado de ánimo frío e incluso con una increíble indiferencia hacia este prójimo más próximo que Dios nos ha confiado para que le hagamos tocar el perdón divino. Y este prójimo más próximo somos nosotros mismos. Está dicho, de hecho, que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cfr. Lv. 19,18). Por lo tanto, debemos amarnos también a nosotros mismos así como tratamos de amar a nuestro prójimo. Entonces debemos pedir a Dios que nos enseñe que debemos perdonarnos: la rabia de nuestro orgullo, las desilusiones de nuestra ambición. Pidamos que la bondad, la ternura, la paciencia y la confianza indecible con la que Él nos perdona, nos conquiste hasta el punto de que nos liberemos del cansancio de nosotros mismos, que nos acompaña por todas partes, y con frecuencia incluso nos causa vergüenza. No somos capaces de reconocer el amor de Dios por nosotros sin modificar también la opinión que tenemos de nosotros mismos, sin reconocer a Dios mismo el derecho de amarnos. El perdón de Dios nos reconcilia con Él, con nosotros, con nuestros hermanos y hermanas, y con todo el mundo. Nos hace auténticos misioneros.

¿Lo creéis, queridos hermanos? ¡Probadlo, hoy mismo!
Autor: Card. Joachim Meisner, arzobispo de Colonia

martes, 29 de junio de 2010

¿QUIÉN ES LA PERSONA MÁS FELIZ DE LA TIERRA?


Un periódico en Inglaterra, una vez hizo esta pregunta a los lectores: ¿Quién es la persona más feliz de la tierra?

Las cuatro respuestas premiadas fueron:
§ Un pequeño que hace castillos de arena.
§ Un artista o un artesano que está silbando por un trabajo bien terminado.
§ Una madre que baña a su pequeño después de un agitado día.
§ Un doctor que terminó una cirugía difícil salvando una vida.

El editor del periódico estaba tan sorprendido de no encontrar prácticamente a nadie que propusiera a los reyes, los emperadores, los millonarios u otros ricos famosos como las personas más felices del planeta.

W. Beran Wolfe una vez dijo: Si uno observa a un hombre realmente feliz lo va a encontrar construyendo un barco, escribiendo una sinfonía, educando a su hijo, cultivando dalias en el jardín, buscando huevos de dinosaurio en el desierto de Golbi. No va a estar buscando la felicidad como si fuera el cierre de un collar que se ha caído debajo del radiador. No va a estar esforzándose por conseguirla como si fuera una meta. Él se va a dar cuenta de que es feliz en el transcurso de vivir la vida muy ocupado las 24 horas del día.

¿Qué puede ser más divertido que amar lo que uno hace y sentir que es importante?

Salmos 128:2 - Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien.

¿ES POSIBLE LA CASTIDAD?


¡Menuda pregunta nos hacemos en estos tiempos!

Ya la palabra castidad parece pasada de moda, de otra época, de libros viejos y sermones caducos. Para un gran número de jóvenes y adultos la palabra castidad no existe, no saben lo que es. Y sin embargo es posible y necesaria para vivir como personas libres, que saben gobernar su cuerpo y ver con buenos ojos a los demás. Hoy desde las altas esferas de los gobiernos se fomenta lo contrario. Lo que llaman educación sexual es una información de lo que pueden hacer con el sexo y, por supuesto, sin trabas morales de ningún tipo. El sexo es parte de mi cuerpo, y si soy dueño de él puedo hacer lo que me dé la gana. La cuestión es disfrutar. Si defienden el aborto con el argumento, por otro lado falso, de decidir libremente lo que puedo hacer con lo que hay en mi cuerpo, ¿cómo no van a propalar que el sexo es un instrumento de diversión de primera magnitud, y además muy barato?

El célebre escritor francés André Frossard, converso desde el ateísmo a los 20 años, dice en uno de sus escritos: Cuando los hombres apartan su mirada del cielo para posarla sobre la tierra, lo primero que perciben es su sexo, del que hacen gustosos una pequeña divinidad substitutiva en la medida en que guarda, aparentemente, el secreto de la vida y promete, a falta de eternidad, la compensación de una especie de perpetuidad biológica. Esta idolatría más o menos consciente es de las más extendidas en la actualidad: el sexo ocupa cada vez más espacio en la literatura, el cine y, sobre todo, en la televisión, donde se disfraza muy superficialmente de sociología, de psicoanálisis o de estadística. Tras la película y su obligatoria secuencia de alcoba pública, apenas se emite un programa que no incluya un debate sobre la manera de alcanzar, o no, un acto sexual satisfactorio, sin que los infelices invitados se den cuenta de que la cámara, fisgona, al recrearse en sus verrugas o en los orificios de su nariz, incita más a las sombrías meditaciones sobre el cráneo de Yorick que a una imaginación lascivas (Preguntas sobre el hombre, Rialp, págs. 33-34).

Creo que está claro. La castidad es posible mirando un poco más al cielo, con la ayuda de Dios y con nuestra colaboración honesta. Pero no lo entienden así los que elaboran la Educación para la ciudadanía o el programa de educación sexual que pretenden impartir obligatoriamente en los centros de enseñanza, por personal ya aleccionado sobre el hombre como objeto de placer.

La castidad es posible, sin traumas ni moralismos trasnochados. Con la claridad del que ve al hombre como lo que es: un ser digno de respetar y de ser respetado según el orden establecido por el Creador para bien de todos. Invito a escuchar lo que dice sobre el tema Andrés Verastegui, el director y protagonista de la película Bella, en el siguiente vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=0QDnd8_Nhcs
Y que cada uno lo piense con la objetividad y seriedad que merecen las cosas importantes.
Juan García Inza