30 de mayo
“…El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que debemos acudir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor... Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás…”
Carta de Benedicto XVI
Con motivo del 50° aniversario de la Encíclica Haurietis Aquas.
Celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fuente de donde emana el amor inmenso que llevó a Jesucristo a realizar la obra salvadora de todos los hombres, entregando todo por nosotros. Contemplamos el corazón abierto de nuestro Señor abierto a la misericordia, al perdón y a la comprensión, naciendo aquí un manantial de ternura…Una fiesta que recapitula toda nuestra fe como cristianos…
La experiencia nos muestra que a algunos de nosotros nos cuesta vivir la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Las razones se muestran diversas desde la cursilería de algunos discursos, la imperfección de algunas imágenes, o del hecho de considerar imposible relacionar el amor con el corazón como órgano.
Lo cierto es que a muchos nos ha bastado acercarnos a Jesús con el fin de que su corazón se enternezca frente a nuestras tribulaciones, angustias, tristezas y demás dolores del alma y lo más evidente y extraordinario es que cada vez que nos acercamos a Él, es nuestro corazón el que se enternece, se hace más sensible, más tierno a las tribulaciones, angustias, tristezas y demás dolores del alma de los demás, así como a sus alegrías, logros y esperanzas…¡Esa es la riqueza de esta devoción, dogma, verdad bíblica. En pocas palabras, a nuestro corazón le responde El sumo corazón… a la confianza, le responde el que es confianza total… a nuestra esperanza, le responde el que es la Esperanza, a nuestro poco amor, le responde el Amor pleno e infinito.
Por otro lado, el culto al Sagrado Corazón de Jesús recapitula toda la fe cristiana. Con el corazón de carne de Jesús, nos ponemos en presencia de la Encarnación. El Amor que es Dios, no permanece alejado, inaccesible: toma forma humana. Más aún, este amor se demuestra cuando nuestro Señor se entrega por nosotros, por nuestra salvación. Un corazón abierto de Dios que entrega a su hijo, un corazón traspasado de su Hijo que se entrega en la Cruz por nuestra redención.
Y no nos dejemos intimidar con aquello de que Jesús al invitarnos a entrar en su Corazón, nos advierte que su carga es ligera... A fin de cuentas, toda carga se convierte en el lugar del Amor, amor de Dios para nosotros, amor de nuestra parte por Dios a través de los demás. Conocer al Padre, es reconocer, contemplando a Jesucristo, que el es Amor. Y todo ello se recapitula en esta tierna festividad del Sagrado Corazón de Jesús.
Vivir esta fiesta hace experimentar aquello que compartiese con nosotros un comunicador jesuita: “Cuando te sientas incomprendido o cansado. Cuando todo te haga dudar. En esos momentos en que una capa de rutina, de apatía, de silencio vacío parece teñirlo todo. Cuando creas que nadie puede entenderte, que la soledad es tu condena. Cuando los problemas parezcan desbordar otras consideraciones, tus gentes parezcan menos tuyas y tu vida se haga más pesada... Recuerda entonces que hay un Dios, un creador que es a la vez padre y madre, amigo y amante, con abrazo humano pero al tiempo más allá de todo tiempo y lugar, un Dios que cuando te mira se admira por lo que ve, y sonríe…”
En esta ocasión y de la mano de María Santísima, pidamos a nuestro Señor que nos de la sabiduría de quien sabe que Tú llenas un corazón si se deja, la sabiduría de quien ha experimentado que dar se conjuga mejor que exigir, que amar es el camino, la sabiduría de quien te percibe no como un icono, sino como un Dios vivo que, en mi oído, susurra palabras de evangelio. La sabiduría de quien siente que Tú llenas de pasión una vida.
“Me acuso de quererte. Perdóname este amor, amor.Amor es lo que mata y resucita a uno.Sé mucho, estoy de vuelta, he decidido seguir en la batalla, mi arma es el amor,
tú mi enemigo.Nos han dejado solos frente a labio, frente a frente: tú dependes de mí,
yo de tus armas ¡tíralas! aligera hacia mí, abre los brazos,acércate sin miedo, te lo juro que no quiero dejarte malherido.Dame un abrazo. No dejes de abrazarme hasta que nunca...mi arma es el amor y quiero clavármela en el pecho al abrazarnos.”
"Reconciliación" Gloria Fuertes – Poeta española
Compartamos una reflexión alrededor del Sagrado Corazón de Jesús.
El corazón - símbolo profundamente humano, bíblico y espiritual.
Sin ser antropólogo, me atrevo a decir que el corazón, en tanto que imagen, habla a muchas personas provenientes de distintas culturas. Y en la historia de la humanidad, el corazón ha tenido múltiples significados. Sin realizar un estudio exhaustivo, podríamos decir que para muchas culturas en cualquier momento histórico, ha sido una imagen, una palabra llena de sentido.
Si dentro de nuestra cultura, pensamos en el corazón como un símbolo “romántico” que evoca el amor en un sentido sentimental, la imagen del corazón dentro de la Biblia es de un significado mucho más rico. El corazón es el centro de la persona. Es el lugar donde se toman las decisiones más importantes. Es el lugar donde nos comprometemos definitivamente. El amor simbolizado por el corazón sobrepasa el sentimiento. Es un amor que se compromete, capaz de sacrificarse. En la Biblia, el corazón es a menudo análogo a la conciencia.
La espiritualidad del Corazón de Jesús tiene una larga historia. A veces se piensa que comenzó con las revelaciones del Señor a Santa Margarita María Alacoque a finales del siglo XVII. Sin embargo, las revelaciones a Santa Margarita han servido fundamentalmente a expandir en la iglesia entera una espiritualidad que se desarrolla desde las primeras generaciones de la Iglesia.
Durante el periodo patrístico de los Padres y la meditación de los ascetas se tomaba ya como tema las imágenes bíblicas como el discípulo bien amado que “se apoyaba en el Corazón de Jesús” durante la última Cena o el Costado traspasado de Jesús sobre la Cruz. Las siguientes generaciones siguieron esta meditación. Del costado traspasado llegaron al corazón abierto, abierto para que nosotros, los bien amados pudiésemos entrar.
Y aquella historia continúa. Es interesante observar la cantidad de nuevas comunidades y movimientos religiosos que toman el Corazón de Jesús y a menudo también el Corazón de María como elemento central de su espiritualidad.
La base de nuestra fe cristiana, católica no es una teoría, una ideología, una teología o una espiritualidad. El fundamento te nuestra fe, es una persona, una persona humana y divina. Nuestro Dios se ha hecho carne.
Nuestro Dios tiene una historia y su historia es historia de nuestra salud. Nuestro Dios tiene una Madre y tiene un Corazón. El corazón humano de Jesús, el centro de su persona, arde en un Amor que es a su vez Humano y Divino.
En el Evangelio de Juan en la última cena, Jesús nos extiende una invitación diciendo “Así como el Padre me ha amado, yo también os he amado” El Padre y Jesús se aman eternamente, infinitamente. Su Amor es un amor sin límites y sin condiciones. Con un Amor tal, Jesús nos ama. No conocemos más que amores limitados, aún el amor humano más profundo tarde o temprano se topa con condiciones y obstáculos.
Recibir su amor y vivir su amor no es simple o fácil. Algunas veces cuando se habla del amor infinito de Jesús, se piensa que Jesús nos amará y que nuestras acciones y nuestras decisiones no tienen importancia alguna. Jesús nos ama a pesar de todo el mal que hagamos, a pesar de los pecados más graves. Sin embargo, al mismo tiempo Jesús nos invita diciendo “Permaneced en mi Amor” Y nos indica el criterio de permanencia… “Si son fieles a mis mandamientos…” Y hasta nos dice en que consiste este mandamiento: “Ámense unos a otros como yo os he amado” La nueva ley de Jesús, la ley del Amor.
“Abrir nuestros corazones al Amor de Jesús es una conversión continua que dura toda nuestra vida….”
Fuente: P. Richard McNally, sscc - Le Sacré Coeur de Jésus.